FONDO DE CATÁLOGO
«Ocho temas que condensan lo mejor del grupo, pura poesía callejera y una labor instrumental directa y concisa»
Manel Celeiro recupera el tercer disco de Leño, un disco en el que aúnan su particular poesía callejera con una instrumentación directa. El último álbum que grabó el grupo de Rosendo en el estudio.
Leño
Corre, corre
CHAPA / ZAFIRO, 1982
TEXTO: MANEL CELEIRO.
Hace unas semanas tuvimos con unos amigos el típico debate de barra de bar sobre la clasificación de «músicas urbanas» que se ha hecho del reguetón o el trap. Mientras caían las cañas de cerveza, reflexionábamos sobre la citada etiqueta, ya que la mayoría de los estilos musicales nacen en las calles de las grandes metrópolis. Excepto las versiones más primarias de géneros como podrían ser el blues o los diferentes aspectos del folk, el resto han florecido entre el asfalto y las luces de neón. El rock, el pop, el punk o el hip hop han encontrado su caldo de cultivo en las grandes urbes e incluso el blues generó su gran cambio, electrificarse, en los clubes de las ciudades. Anécdota que da pie a la introducción al presente texto, ya que en nuestro país tuvimos una activa e influyente escena que se dio en clasificar como «rock urbano».
Rock urbano. Así definieron los medios a una serie de bandas aparecidas a partir de la segunda mitad de los años setenta, entre el final del franquismo y los albores de la democracia, que tenían poco en común a nivel estilístico. Cada uno era de un padre y una madre, con raíces e influencias que venían tanto del hard o el heavy como del progresivo, el blues rock o los inicios del punk. Los únicos nexos que podríamos encontrar entre todos ellos son su procedencia, clase obrera, barrios periféricos y abordar en sus letras —sin ningún tipo de tapujos— tanto temas sociales, en una época ciertamente convulsa, como el auge de las drogas y la imagen metafórica de las ciudades como una prisión gris y oscura que oprime y ahoga al individuo. Por último, también tenían en común el uso del castellano, algo básico para que su mensaje llegara con claridad a todos sus seguidores.
Hablar de rock urbano nos lleva inmediatamente a Leño, bandera y santo y seña de ese movimiento por aclamación popular. Pese a la brevedad de su trayectoria, el trío se hizo con una numerosa base de público por todo el país con su propuesta de rock rotundo y con canciones de tanto recorrido como “Maneras de vivir”, “Cucarachas”, “Este Madrid” o “El tren”. Pero en el presente Fondo de catálogo nos vamos a centrar en su último trabajo de estudio que es, para quien esto escribe, su obra cumbre y uno de los discos de rock en castellano más recomendables.
Grabación en Inglaterra
A pesar de que se fueron al Reino Unido para registrar el álbum, grabado en Kingsway Records y mezclado en Air Studios, no lograron capturar la esencia y la potencia que el trío facturaba en directo. No es una novedad referirse a las flojas producciones nacionales de los ochenta, pero resulta curioso que viajar hasta la pérfida Albión no les ayudara a conseguirlo. Sonaba, y suena, mucho mejor que sus dos predecesores, pero ninguno de los involucrados —Carlos Narea, Bob Broglia, Manolo Camacho y Steve Churchyard— consiguieron sacarle todo el partido al presupuesto a nivel de sonido. Una verdadera lástima, pues las canciones contenidas lo merecían de sobra. Ocho temas que condensan lo mejor del grupo, con la inspiración arriba en las letras, pura poesía callejera, y con una labor instrumental directa y concisa, sin florituras ni adornos, con Rosendo, Ramiro y Tony totalmente entregados al servicio de las canciones.
El tema titular es uno de esos que engancha nada más empezar, con un riff trepidante que da alas a una historia de huida hacia adelante y frases tan descriptivas como «hiciste en los billares la primera comunión». Tras ese contundente inicio se suceden “Sorprendente”, la declaración de principios que es “No se vende el rock & roll” —dice la leyenda urbana que es la frase que le soltó Rosendo a uno de los directivos de su discográfica cuando les ofreció un cheque en blanco tras decirle que se separaban— y, cerrando la primera cara del vinilo, el blues pausado de “La fina”, que narra con castizo sentido del humor una frustrada aventura sexual.
El segundo lado no baja el listón. “¡Que tire la toalla!” atiza, con su símil pugilístico, a los camaleónicos habitantes de las altas esferas, esos que siempre salen de rositas de cualquier situación. “Entre las cejas” va dirigida a sus iguales, un reconocimiento a la gente de a pie que sigue adelante superando los obstáculos diarios con Rosendo brillando en las seis cuerdas.
Vale la pena detenerse en las dos composiciones finales. “No lo entiendo” posee una introducción de guitarra que se inspira sin disimulo en uno de los héroes del guitarrista madrileño, el irlandés Rory Gallagher, para transformarse en una andanada rockera de primer orden con espíritu punk y esa estrofa en catalán que sorprende dentro de una letra caótica de difícil interpretación. Y no se me ocurre un punto final mejor que el que rubrica “¡Qué desilusión!”. Todo un himno, de esos de corear a pulmón, que emociona, recordando en cierta manera al despistado protagonista de “Maneras de vivir”, con un estribillo en el que los melómanos podemos vernos reflejados: «Es solo una canción / y me siento mejor». Así de sencillo, no necesitamos mucho más.
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Anterior Fondo de catálogo: Mis lágrimas (1965), de Los Protones.