COMBUSTIONES
«Las grandes estrellas del góspel eran recibidas como príncipes y reinas, ángeles de carne comestible, ídolos de brillante carisma»
El estreno del documental How they got over, escrito y dirigido por Robert Clem, inspira la columna semanal de Julio Valdeón, que nos descubre cómo le impactó el góspel a través de la figura de Sister Rosetta Tharpe.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Todavía recuerdo el impacto. Un amigo, hace años, nos puso un vídeo de una cantante de góspel. Rechoncha y bonancible, la señora llegó al andén de una estación, dispuesta para arrancar una actuación. La mujer desenfundó la Gibson SG y, oh amigo, comenzó a llover. Torrencialmente. Llovía góspel a chorro, sí. Llovía con fuego, éxtasis y apabullante, tormentoso fervor. De los bafles arreciaba una música impetuosa. La cantante, prodigiosa vocalista y guitarrista, era nada menos que Sister Rosetta Tharpe. Gran icono de la música espiritual afroamericana, finalmente reconocida por la industria en 2017, 44 años después de su muerte, con el ingreso en el Rock and Roll Hall of Fame. Convengamos en que los honores póstumos sirven de poco al finado. Pero está bien honrar y recordar su imponente legado.
En la caldera del góspel, con un circuito bien nutrido en los años cuarenta y cincuenta, Sister Rosetta competía con otras luminarias. Gente tan inspirada y solvente como los Highway QC’s, los Blind Boys of Mississippi, los Mighty Clouds of Joy, los Blind Boys of Alabama, los Fairfield Four, los Sensational Nightingales, los Soul Stirrers, los Staples Singers, June Cheeks & The Gospel Kinghts, los Dixie Hummingbirds… y por supuesto con los Soul Stirrers, con un jovencísimo y ya hechicero Sam Cooke.
Los cuartetos y solistas de góspel cantaban al Señor, renegaban de las cochinadas invocaciones del rhythm and blues, de los ambientes pecaminosos del South Side de Chicago y, por supuesto, de los viejos juke joints del sur, aquellos baretos alegales donde los aparceros negros, en un territorio claustrofóbico y miserable, todavía bajo la obscena garra de la segregación, compartían aguardiente casero y bailaban (sí, bailaban) la música del demonio.
Pero los testimonios de la época, y las grabaciones, cuentan una historia ambivalente. Las grandes estrellas del góspel despertaban pasiones brutales. Eran recibidos como príncipes y reinas, ángeles de carne comestible, ídolos de brillante carisma. Vendían miles de discos. Sus conciertos, generalmente celebrados en iglesias, provocaron escenas de comunión y ardor donde costaba separar la pura devoción con otro tipo de embelesos no exactamente púdicos. El góspel fue la cantera de muchos de los mejores vocalistas de rhythm and blues y soul y muchos de sus recursos estilísticos encontraron fácil acomodo en el naciente rock and roll. Los diálogos entre el solista y el coro, entre el coro y el público, el esquema de pregunta/respuesta, luego perfeccionado por gigantes como James Brown, no se entiende si la cantera del góspel. Ahora un documental, How they got over: gospel quartets and the road to rock and roll, celebra su historia y a sus héroes. Una discoteca doméstica sin los discos de esta bendita gente es una colección huérfana, anémica de una música liberadora, efervescente y bellísima.
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Anterior entrega de Combustiones: Billy Preston, el organista de los dioses.