«Ya no recordaba la magia de esos conciertos tan explosivos que te sientes incapaz de apartar la mirada del escenario»
En su despliegue de la gira El Crac Tour, Coque Malla conquista el Teatro Rialto de Madrid en tres noches consecutivas exhibiendo un potente espectáculo con nueve músicos y una invitada de lujo: Luz Casal. Por Arancha Moreno.
Coque Malla
Teatro Rialto, Madrid
25 de abril de 2021
Texto: ARANCHA MORENO.
Foto (del viernes 23): MARTA SANZ.
Me lo advirtió Coque Malla hace unos días, en una charla previa a la gira El Crac Tour: «Me apetece volver a lo grande y a lo bestia, y con un concepto de show como si estuviéramos en el estadio de Maracaná, rock and roll arriba, todos los hits, todo el baile, Ronaldos, toda la artillería. Lo necesito, es una cuestión de vitalidad. La gente lo va a pasar mal». Tan mal lo íbamos a pasar que no llevé al Rialto ni grabadora ni papel, con idea de ver el concierto como mera espectadora. Pero lo que ocurrió anoche en el teatro madrileño, delante de 500 personas, me desarmó. A mí, que ya llevo unas cuantas giras de conciertos de Coque Malla entre pecho y espalda.
Porque, en esta época de restricciones y propuestas acústicas, ya no me acordaba de lo que significa asistir a un concierto de una banda al completo, con cinco músicos sobre un escenario y un cuarteto de vientos. Ya no recordaba la magia de esos conciertos tan explosivos que te sientes incapaz de apartar la mirada de lo que ocurre en el escenario. Un setlist vibrante, rico y envolvente. La selección del repertorio que prepara Coque Malla para sus directos podría estudiarse en las escuelas, porque no es tarea fácil aunar tantos ambientes y pasear, desde el rock, por tantos géneros — y atmósferas— con esa naturalidad. Y todo con un discurso narrativo perfectamente milimetrado. Abrió con “El crac universal”, ese sueño que tuvo sobre una vuelta hedonista y pospandémica, como invitándonos a lo que iba a suceder a continuación: dos horas y media en las que nos devolvió el viejo placer de asistir a un concierto de los grandes, sin dejarse una sola bala en la recámara. Desfogándose con sus guiños al pasado ronaldo con “Guárdalo”, “Quiero que estemos pegados”, “Sabor salado”, “No puedo vivir sin ti” y —sí, ya se puede jugar con el pasado, ¡pelillos a la mar!— hasta el mismísimo canto juvenil “Adiós papá”. Divirtiéndose con el rock y jugando también a ser yeyé (“Solo queda música”), soulero (“Escúchame”), funky y disco (“Un lazo rojo, un agujero”). Conmovedor con “El último hombre en la Tierra” y “Me dejó marchar”, aunque esta vez se le deslizó un verso equivocado. Ay, Coque: una semana atrás, un ladrón de guante blanco versionó al piano esa misma canción sin fallar una coma. Claro, que el ladrón era tu amigo Iván Ferreiro, que también acaba de arrancar una gira imprescindible llamada Cuentos y canciones.
Con casi cuatro décadas discográficas, Malla podría ceñirse a los hits y a lo más popular y resolver la noche sin despeinarse, pero a él le gusta revolverse el pelo en el escenario y revolver a los espectadores en las butacas. Prefiere sorprender con joyas más ocultas, como “Déjate llevar”, porque Termonuclear sigue siendo «casi» su disco favorito, quizá porque su grandeza no fue descubierta a tiempo. Después agarra la banqueta y bromea con los caprichos del público, porque toque lo que toque, alguien se quejará de la que faltó, y más de uno ríe como dándole la razón. Por suerte, hace menos caso a las quejas que a su propio instinto, y se atreve a versionar una canción ¡de 1932! llamada “Silencio”, que él escuchó a Ibrahim Ferrer. Y lo hace en compañía de una invitada de excepción: una magistral Luz Casal que desenrolla la voz como el que extiende una hermosa alfombra roja, con esa elegancia suya, hija de la contención y el buen gusto. Delicada y cortés, espera no equivocarse en ninguna entrada y ninguna salida, dice, antes de confesar que conoce prácticamente todo el repertorio de Coque. Y es que, aunque no estamos acostumbrados a verles compartir escenario, lo hicieron ya hace más de treinta años: a finales de los ochenta, Luz acompañó a Los Ronaldos en algún plató cantando “Qué vamos a hacer”.
Pero estamos en 2021 y ahora toca mirar al pasado más inmediato, así que Malla y Casal interpretan juntos la ranchera “Hace tiempo”. Una canción que siempre ha lucido mucho en escena, en acústico y al abrigo de los coros de Toni Brunet y Héctor Rojo. Esta noche, con Luz cantándola a pulmón lejos del micrófono, reluce espléndida. Tan espléndida como la rugiente y oscura “Todo el mundo arde”, esa canción tribal a la que podría aludir Coque cuando habla del nuevo significado que han adquirido algunas de sus letras desde que estamos en plena guerra virológica. Menudo retrato social del presente: «Se muere la ciudad,/ se ríen los ancianos / no nos asustamos porque / asoma el capitán / nos dice que rememos / donde no sabemos, tampoco él…».
Decía que ya no me acordaba de un despliegue escénico como los de antaño, con los cuatro vientos que capitanea Miguel Malla embelleciendo cada pieza, subiendo y bajando ese peldaño para entrar y salir de escena (Coque, ya se sabe, disfruta haciendo trabajar a todo el equipo). Casi había olvidado la solvencia de la batería de Gabriel Marijuán, los cuatro teclados de David Lads y a los dos escuderos de las cuerdas, Brunet (guitarra) y Rojo (bajo). Pero Coque nos ha reunido a todos, a ellos y a nosotros, y nos ha tenido terriblemente entretenidos, para hacernos olvidar que aún llevamos mascarilla e invitarnos a atravesar, como ha dicho, el espejo de la maravillosa Alicia. Ha corrido, guitarra en mano, como su admirado Chuck Berry, y ha bailado, ya sin guitarra, como su idolatrado Michael Jackson. Ha desplegado su dominio escénico, interpretativo, rítmico ¡y lumínico!, y sus trucos de magia. Por eso al salir del teatro pienso en la suerte que tenemos de que, en aquella bifurcación a la que se enfrentó el siglo pasado, Coque eligiese la música por encima del cine. Porque tenemos un dos por uno sobre las tablas. Lo suyo va más allá del talento de hacer grandes canciones: Malla es puro espectáculo. Y hoy nos ha hecho un hermoso regalo, nos ha regalado un concierto como los de antes. Intenso y fiero, bello y calmo. Ha construido una casa en la que sentirnos seguros, como en su amado “Berlín”, y nos ha recordado que otro mundo es posible, y que cada vez está un poco más cerca. Nos ha embelesado, nos ha embrujado y nos ha devuelto la fe.