Coque Malla: El gigante en acción

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«Sin necesidad de alharacas, poses o ese recurrir a los manidos tics rockistas del macho alfa, domina las tablas con magisterio»

 

Coque Malla
Sala Moon, Valencia
1 de abril de 2016

 

 

Coque Malla, con su nueva banda de directo, actuó en Valencia presentando su nuevo disco, “El último hombre en la Tierra”. Juan Puchades estuvo ahí y nos cuenta cómo fue el concierto.

 

 

Texto y foto: JUAN PUCHADES.

 

 

Hay ganas de Coque Malla con banda, porque la última vez que anunció que actuaría en Valencia acompañado de una, tuvo que recular y recurrir a un único acompañante, que el aguacero por entonces era intenso. Sin embargo, en esta gira de presentación del descomunal “El último hombre en la Tierra” ha logrado rodar apoyado por un solvente cuarteto. Muestra de que el disco, seguramente la obra maestra de su discografía, y el más sobresaliente editado en el plano nacional en lo que llevamos de año, ha logrado que las audiencias aumenten.

La noche arrancó con ‘La señal’, ante una sala Moon (antes Noise, antes Cormorán, antes Roxy) que presentaba un lleno como Coque no vivía por estos lares desde el ya lejano regreso de Los Ronaldos. Y esta canción dulcemente trotona servía para despejar la mayor incógnita que presentaba esta gira: cómo se resolverían en directo los imprescindibles arreglos de cuerda y vientos que se despliegan a lo largo de la grabación. Respuesta: sustituidos por el buen hacer (imaginativo, discreto, cuidadoso y sutil) de David Lads a los teclados. Inmediatamente, Coque sacó su alma negra, esa que lo emparenta con el blues, el soul y el rock and roll intenso para poner en pie ‘Escúchame’. El público entra en ebullición. Coque, siempre empuñando su guitarra, se suelta y pasea, baila, está disfrutando. Y el respetable también…

Pero llegó el desastre. El susto. Comienza ‘She’s my baby’, el tercer tema, y se ha perdido la línea de voz, que solo nos llega con el sonido que sale de los monitores que la banda oye en el escenario, hundida entre los instrumentos, que sí escuchamos perfectamente en la sala. Avanza el tema y no hay forma de recuperar la voz. El grupo comienza a ser consciente de lo que sucede pero tira adelante y llega hasta el final. Coque intenta explicar en vano lo que está pasando: no se le oye. Con rapidez, ahora sí, se soluciona. Todo ha quedado en eso, en un susto, en un amago de coitus interruptus, o de gatillazo momentáneo. Y aunque con ‘Lo hago por ti’ todo se viene “arriba” de nuevo, queda la sensación de que la inseguridad sobrevuela la mente de Coque —que no lo olvidemos, está trabajando delante de quinientas personas. Porque un músico en escena, trabaja—, y de vez en cuando bromeará con la toma de voz, como quien no las tiene todas consigo. Como lleva mucho escenario pegado a las suelas, sabe cómo afrontar estas situaciones y utilizarlas a su favor, recurriendo a sinceridad (se agradece, que estas cosas pasan) y complicidad humorística.

Afortunadamente, el concierto continúa sin más contratiempos, con un notable manejo de la dinámica, intercalando con inteligencia temas rápidos con medios tiempos en un «set list» meditado: ‘El último hombre en la Tierra’, ‘Berlín’, ‘La carta’, ‘Cachorro de león’, ‘Todo el mundo arde’, y tras ‘Una moneda’, sorpresa en forma de homenaje a su amado David Bowie: versión canónica de ‘Heroes’, en inglés. Detallazo que el respetable agradece.

La banda rueda perfectamente tanto en los momentos más rítmicos como en los más intimistas y suaves, algo esencial en un grupo que acompañe a Malla, pues su cancionero transita los géneros sin complejos. Ahí están, además del mencionado David Lads a los teclados, el maestro Toni Brunet en las guitarras y coros, y en la sección rítmica Gabriel Marijuán en la batería y Héctor Rojo con el bajo y coros. Coque suma su guitarra a lo largo de una velada que depara temas poco conocidos como ‘At the movies’ o el inédito en disco ‘My beatiful monster’ (reservado para los bises), con los que parece querer afirmar que aquí hay que venir “sabido” y que toca para los “suyos”. De Los Ronaldos caen la indestructible ‘No puedo vivir sin ti’ y la efervescente ‘Guárdalo con amor’, esta reservada para abrir los bises, momento rock and roll en el que uno piensa que Coque Malla, si le diera la gana, en ese preciso instante podría comenzar otro concierto distinto al que hemos presenciado, furioso y echando mano del repertorio dorado del grupo, y es que eso es lo que tiene llevar treinta años componiendo canciones, que el cancionero atesorado es mucho y variado.

 

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Años en los que se ha pateado escenarios de toda condición: tanto tocando para multitudes como haciéndolo en garitos, con banda, solo o en dúo, lo que ha servido para forjar a un gigante de la escena, que sin necesidad de alharacas, poses o ese recurrir a los manidos tics rockistas del macho alfa, domina las tablas con magisterio, incluso tiene mucha clase cuando da palique. Suma, además, unas facultades vocales impresionantes, tantas que se permite finalizar la ranchera ‘Hace tiempo’ pidiendo que se apaguen las luces, acercándose a la boca del escenario y cantando a pulmón, sin micro. Antes ha solicitado silencio, un clásico de sus conciertos, y es que Malla es de los que entienden que el silencio es fundamental no solo en un directo, sino en la misma música, porque el silencio es un elemento musical más. Pero no, a lo largo del bolo los murmullos (¡que también son otro clásico!) han sido constantes, porque ya se sabe, los hay que asisten a un concierto como quien acude al bar a trasegar cervezas en amena conversación con los colegas. Y aunque aquí, con electricidad e intensidad en muchos temas, tampoco es demasiado desesperante —vas cambiando de lugar, en la esperanza de hallar nuevos vecinos más silenciosos y respetuosos, y no como ese, verídico, al que le cae un condón de la chaqueta y comenta asustado con su pareja que “de ninguna manera esa cosa es mía, cari, que no”, dando inicio a una animada discusión, un tanto privada y que poco nos importa a quienes estamos próximos; o esa otra pareja, ajena al show, perdida en un festival de arrumacos y charla incesante salpicada de sonoras risotadas—, sí suspiras (en silencio) imaginando poder disfrutar de un concierto tan sentido como este, en el que en muchos momentos se recurre a la seda sonora y los matices son básicos, en un auditorio o teatro, únicos lugares en los que el personal es capaz de guardar silencio durante un par de horas.

No importa, ha sido una gran noche, un gran concierto que concluye con la banda unida, saludando a la concurrencia ya con las luces encendidas mientras, en un último guiño a Bowie, el sonido de ambiente despacha ‘Young americans’. No somos jóvenes ni americanos, ni conducimos un Ford Mustang, pero nos vamos a casa con una sonrisa de oreja a oreja.

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