Cómics: «Memorias de la Tierra», de Miguel Brieva

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«Página a página el volumen va acrecentando la sensación de melancolía en el lector, no solo refleja las estúpidas costumbres de la humanidad con toda su crudeza –desde las maquinas tragaperras a la televisión, de la búsqueda de aparcamiento al fútbol– sino que a la vez causa desasosiego»

Miguel Brieva
«Memorias de la Tierra»
MONDADORI

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.
 

 

Años ha, en una de mis periódicas visitas a tiendas de cómics, me topé con un fanzine que atrajo de inmediato mi atención, un dibujo hiperrealista y feliz en el que sin saber por qué se adivinaba un trasfondo oscuro y crítico; se llamaba “Dinero”. Poco a poco, su autor, Miguel Brieva, fue publicando en las revistas y los diarios de mayor difusión, así que no sería extraño que el lector se hubiese enfrentado a sus viñetas en alguna ocasión y se asombrase también por su estilo. Un estilo al que sigue fiel desde aquellas primeras viñetas, con el perfil de la publicidad americana de los años cincuenta o de esas ilustraciones de la revista “Atalaya”, plagadas de comunidades coloristas siempre trabajando, siempre sonrientes; pero que a la vez tiene algo de nuestro esperpento, la deformación extrema de personajes y ambientes, el expresionismo al fin y al cabo.

Mondadori va recogiendo antologías de sus trabajos y en esta ocasión la ha titulado “Memorias de la Tierra” se trata de un volumen con un hilo narrativo y dividido en capítulos que desarrollan una de las técnicas de la ciencia ficción clásica: el extrañamiento, es decir, un narrador que observa asombrado una extraña cultura y que no es más que un alienígena que describe la Tierra. En este caso alguien que ya en su vejez cuenta a sus sobrinos viejas historias –de hace eones de tiempo– sobre su visita a nuestro mundo en su lejana juventud, las viñetas no son más que su grabaciones de ese momento. Añade también textos de autores reales que preconizan el colapso al que se ve abocada la humanidad –Lévi-Strauss, Eduardo Galeano o Guy Debord, por ejemplo– y con esta bien cuidada intertextualidad el libro adquiere valor pedagógico, no solo lúdico.

Página a página el volumen va acrecentando la sensación de melancolía en el lector, no solo refleja las estúpidas costumbres de la humanidad con toda su crudeza –desde las maquinas tragaperras a la televisión, de la búsqueda de aparcamiento al fútbol– sino que a la vez causa desasosiego. Dos ejemplos, la hilarante pregunta si no fuera desoladora “¿Se puede hacer zumo de frutas con fruta?” y la página que presenta la elección de Papa mediante un concurso del tipo de «Gran Hermano». Son también estremecedoras las páginas que sirven de biografía de las figuras olvidadas de la historia como la de Claude R. Eatherly, uno de los pilotos que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, buscando desesperadamente un castigo para borrar el sentimiento de culpa que lo atenazaba, ante una sociedad que lo trataba con laureles de héroe. Es la página más impactante pero también la que atesora el mensaje: el ser humano aún tiene conciencia y eso es lo único que nos puede salvar. Parece una consigna panfletaria, pero tengan por seguro que no lo es.

Anterior entrega de cómics: “Savarese”, de Robin Wood y Domingo Mandrafina.

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