«Historia hilvanada a la perfección, un vestido en el que no se distinguen las costuras pese a estar confeccionado con múltiples telas y colores»
Álvaro Ortiz
«Cenizas»
ASTIBERRI
Texto: CÉSAR PRIETO.
Álvaro Ortiz ha logrado articular un impecable artefacto narrativo. La historia de tres amigos que no se ven hace años y que han de convivir durante siete ajetreadas jornadas para llegar a una cruz señalada en un mapa resulta extremadamente cálida y, sobre todo, hilvanada a la perfección, un vestido en el que no se distinguen las costuras pese a estar confeccionado con múltiples telas y colores. Desvelar cualquier detalle de los objetivos estropearía las constantes sorpresas al lector, así que me limito a comentar las tramas secundarias, tan relevantes o más que la causa del viaje. Como en las novelas de Paul Auster a las que tanto debe.
Polly, Piter y Moho –junto a su mono Andrés– participan de una «road movie» a lo clásico, plagada de tópicos en sus persecuciones, tiros y drogas, pero todo esto no le resta fuerza, al contrario, resulta necesario para sostener al principal protagonista del relato: una suprema melancolía que empaña todo de paisajes de antaño y de deseos aparentemente frustrados. Especialmente Polly bebe de estas sensaciones y es deslumbrante el pasaje en el que se desvían un trecho de la ruta para acudir al pueblo donde la chica pasaba su infancia.
El dibujo acrecienta todo este espíritu. La viñeta es pequeña y en ocasiones, una a una, en la página se describe todo un espacio. Los cambios de escenario están perfectamente marcados y la gama cromática tiende a esos colores suaves, como de luz matizada, que crean un ambiente de final de verano.
Muchas más virtudes anidan en esta novela gráfica, la presencia constante de la música por ejemplo. De hecho los tres se conocen en un concierto y el ‘Surfer rosa’ de los Pixies actúa como hilo conductor. La presencia de secundarios como Melina o los Smirnov, malvados que siempre en pareja no paran de pincharse y son calco exacto de los ZZ Top, es otra virtud. Y desde luego es en ella impresionante el elogio de la amistad, el vacío que dejan en nuestras vidas las personas que dejamos de ver. Y sobre ello, aún, un final esperanzador y emocionante, abierto pero seco, lleno de la magia de los sueños que se cumplen. Porque cuando giras la última página percibes que en la vida no puede haber rendiciones, que los sueños están solo para ser y que con voluntad podemos llegar a ellos. Y el tono melancólico estalla en luminoso optimismo.
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Anterior entrega de cómics: “La noche de siempre / Fin de semana”, de Ramón de España y Montesol.