CINE
“Es un filme preciosista y un cuidado y fascinante espectáculo visual lleno de brillantes colores, sensuales texturas y de calculados movimientos de cámara”
“Coco”
Lee Unkrich y Adrián Molina, 2017
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
En “Coco”, el joven Miguel quiere ser músico a pesar de la oposición de toda su familia, los Rivera, orgullosos zapateros generación tras generación. Una serie de acontecimientos llevarán a que Miguel se vea atrapado en el mundo de los muertos, donde se encontrará con Imelda, su fallecida tatarabuela; con Héctor, un encantador bribón que le servirá de guía; y, finalmente, con Ernesto de la Cruz, su ídolo, el mejor cantante de todos los tiempos.
Siguiendo la habitual marca de la casa, “Coco” es un filme preciosista y un cuidado y fascinante espectáculo visual lleno de brillantes colores, sensuales texturas y de calculados movimientos de cámara. Algunas espinosas cuestiones (la bien protegida frontera poblada de agentes de aduana, la necesidad de “identificación” para transitar, las familias divididas por tal barrera o el barrio de infraviviendas donde han de vivir aquellos, digamos, indocumentados) chirrían en el mar de colorido y alegría que es el resto de la película, y una no sabe si preocuparse por la ligereza con que aparecen o alegrarse de que al menos estén presentes, pero sin duda sirven para confirmar desde dónde se está elaborando este relato. En todo caso, resulta casi imposible acusar a Pixar de apropiación cultural, y se nota la atención y cariño con la que se han tomado ciertos elementos de la cultura mejicana para construir una historia divertida y entrañable.
Una historia que, sin embargo, comienza a resultar familiar. A las posibilidades que el universo creado en pantalla ofrece para reflexionar sobre temas transculturales como la memoria o la muerte, “Coco” le superpone (o le impone) una ya redundante consideración de la familia como noción central y trascendental de la experiencia humana. Si bien es de valorar que la familia nuclear se vea aquí sustituida por una imagen más cercana a la de una comunidad intergeneracional, no deja de ser una formulación anclada en una visión del mundo trasnochada (y marcada moralmente). Además de ser, por supuesto, el recurso estrella del estudio para hacernos llorar a todos en medio de la sala de cine.
Así, aunque en medio de un océano de secuelas “Coco” parezca presentarse como un ejemplo de la capacidad de Pixar de recuperar la originalidad y valentía con que nos han maravillado a lo largo de los años, esta innovación no siempre resulta tan obvia y, cada vez más, parece no ser otra cosa que una capa de brillante barniz sobre un conjunto de elementos reiterados hasta la saciedad.
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Anterior crítica de cine: “El sacrificio de un ciervo sagrado”, de Yorgos Lanthimos.