Clarividencia, de Nudozurdo

Autor:

DISCOS

«Su mejor álbum hasta la fecha»

 

Nudozurdo
Clarividencia
SONIDO MUCHACHO, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Tras siete años sin disco y una disolución anunciada hace un lustro, la música españolase ha despertado estos días con una sorpresa de esas que te alegran el año: Nudozurdo ha regresado con un nuevo elepé —Clarividencia—, que resulta deslumbrante. No hay ni un atisbo de conveniencia monetaria, ni de ningún tipo. Simplemente se trata de su mejor álbum hasta la fecha. Un álbum que, en todo caso, es lo más cercano al pop que han hecho, y el que cuenta con más estribillos y menor hermetismo.

De hecho, es un grupo que ha vivido a base de sorpresas. Lo fue su triunfo en el concurso de maquetas de Pozuelo en 2002, cuyo premio era grabar y distribuir un disco —sin lo segundo no hacemos nada— y lo fue su premió a grupo revelación en los Premios de la Música Independiente de 2009. Llevaban, a la sazón, dos discos, y llegaron a publicar cuatro más hasta el momento en que la banda se deshace. Clarividencia es, pues, su séptimo disco.

Sus coordenadas no son muy diferentes a los anteriores. “Soledad/Clarividencia” comienza asentando un bajo potente —viene a la memoria JoyDivision— y trenzando un fondo sonoro compacto, tan heredero de los grupos progresivos como de los noventa. En el disco solo hay ocho canciones, así que estas han de ser necesariamente largas, dejando tiempo a juegos sonoros que establecen un crescendo que resulta adictivo, atenazante.

Otro tema de título doble, “Elvira/Santuario Combate”, expone un sonido árido, que sabe crear un mundo onírico, magnético y muy personal. Críptico, incluso, que desarrolla la canción en varias capas y varias secuencias, que vuelven siempre a esa realidad oscura. No siempre se crean estas sensaciones, en “Carta a Nina” la misma lentitud riega a la canción de sensualidad que se desborda y va pasando por diferentes circuitos sin que uno se dé cuenta. Los cinco minutos de la canción se hacen pocos segundos.

Son canciones que te hacen parar y dejar todo lo que estás haciendo. Ocurre en “Crevillente/La industria del sueño”, que entra con una melodía de ensueño; pero hay tantos matices, tantas sugerencias, que la música no acompaña sino que, magnética y fiel, absorbe. Son canciones que no se parecen a ninguna otra, a las que cuesta encontrarles influencias concretas —más allá del inicio oriental, por ejemplo, de la sobria y compacta “Bisontes albinos”—. “Lo que ocultan las arizónicas”, juega con los coros espectrales como una letanía instrumental en que todo aparece fluido y líquido, pero a todo ello cuesta encontrarle referencias.

Hay dos canciones excepcionales, aunque todas lo son. La primera, “La isla del diablo”. Estremecedora, pone la piel de gallina. Su impulso de salida es el post rock, pero le añade arreglos más cálidos, un componente más pop y ciertas subidas de tono leves que entran, por puertas escondidas, al sentimiento. “Criptomundi” es mucho más sobria, a piano y voz, como esas canciones tan íntimas que acariciaba Antonio Vega. Conmovedora y precisa en los sentimientos como “El sitio de mi recreo” o “Una décima de segundo” —y también con alusiones científicas en la letra—, poco a poco se va siendo sostenida por unas cuerdas con la misma frecuencia que tienen las lágrimas. Crescendo, sí, como ocurre en muchas canciones del disco, pero crescendo en emociones.

No hay duda de que se trata del mejor álbum de una de las bandas más estimulantes, más gozosamente personales y honestas, que tenemos en nuestro país en este milenio. Sin atender a modas ni a tendencias, su camino lo marcan ellos mismos. Lo que quiere decir que están a un paso de convertirse en clásicos.

Anterior crítica de discos: Written in their soul: The Stax songwriter demos, de VV.AA.

 

Artículos relacionados