“Sin más concesiones a la lágrima que las estrictamente necesarias. Y, ante todo, con una honestidad y un respeto hacia los adolescentes digna de elogiar y que con poca frecuencia encontramos en este tipo de productos”
“Yo, él y Raquel” (“Me and Earl and the dying girl”)
Alfonso Gomez-Rejon, 2015
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Primera recomendación al lector: si va a ver esta película, por favor que sea en versión original. Aunque solo sea para evitarse el sonrojante título con el que se distribuye en España “Me and Earl and the Dying Girl”, que, aunque mucho más explícito, al menos no roza la vergüenza ajena.
Segunda recomendación al lector: no se deje engañar por el tráiler y no crea que este filme va a ser otra-película-para-adolescentes-al-estilo-Wes-Anderson. Porque “Me and Earl and the dying girl” tiene mucho menos del universo del director de “Moonrise Kingdom” que de otros títulos como “Submarine” (Richard Ayoade, 2010), en el sentido de presentar una película sobre adolescentes de verdad, que no son ni sátiros con hormonas disparadas, ni capitanas del equipo de cheerleaders ni víctimas idiotas de asesinos en serie. Y es que, aunque parezca mentira, cuesta encontrar (más allá de las comedias de John Hughes de los 80) películas para jóvenes en las que los adolescentes no sean clichés de manual y/o directamente imbéciles.
Y este es, precisamente, el gran acierto de Alfonso Gomez-Rejon (director de algunos episodios de “American Horror Story”) y de la novela de Jesse Andrews. Dejar a los adultos y su forma de pensar a un lado y darle voz a los jóvenes. Una voz, la de los diecisiete años, poderosamente personal y única, mezcla extraña de las vivencias infantiles y de las proyecciones inventadas del mundo adulto. La adolescencia es un espacio etéreo y volátil, donde el presente gobierna todo y donde el futuro es un abismo que apenas se puede atisbar desde la rendija de una puerta. Es un lugar en el que el tiempo todavía es considerado como un regalo inagotable, en el que lo único importante se puede reducir al microcosmos de la familia, los amigos y el instituto. En la adolescencia solo existe la vida y nada más que la vida (para disfrutarla o para amargártela si no encajas en alguno de los grupos impuestos), y la muerte es una noción ajena, tan lejana que no cabe en nuestros esquemas mentales.
Pero a veces la muerte irrumpe por sorpresa en ese mundo que solo está preparado para vivir, porque apenas ha estrenado las cosas que merecen la pena de nuestra existencia. Y cuando la muerte aparece, es recibida con extrañeza, como si fuera otra pieza del puzzle incomprensible de la adolescencia, cuyo sentido no terminamos de comprender. Sin embargo, en ocasiones, la muerte significa también una oportunidad para aprender más sobre la vida. Una oportunidad para (como en el caso del protagonista del filme) conocerse mejor a uno mismo y a los demás, para adquirir herramientas que nos puedan hacer falta en el momento de enfrentarnos con las decisiones trascendentales. Un trayecto que “Me and Earl and the dying girl” recorre con ternura pero con sabiduría, sin más concesiones a la lágrima que las estrictamente necesarias. Y, ante todo, con una honestidad y un respeto hacia los adolescentes digna de elogiar y que con poca frecuencia encontramos en este tipo de productos.
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Anterior crítica de cine: “Lejos de los hombres”, de David Oelhofen.