Cine: «War Horse (caballo de batalla)», de Steven Spielberg

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«El bucólico relato se diluye en una descafeinada mezcla de narraciones paralelas cuyo débil nexo es el potro desbocado, insuficiente para articular y terminar de cerrar las diferentes microhistorias»

«War Horse (caballo de batalla)»
(War Horse.  Steven Spielberg, 2011)

 

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 
Con el paso del tiempo el hombre se entrega al olvido, aquejado por esta consecuencia lógica de la senectud los recuerdos se importan al presente en el regazo de la nostalgia, a menudo envueltos en un halo de romanticismo que acaba por ocultar el rencor y minimizar el padecimiento. Esta generalización no siempre se cumple, como todos los axiomas de alcance dilapidador no resulta difícil localizar excepciones, más aún cuando éstas parten de intereses creados por el afán de un sesgado rescate del pasado, por una reconstrucción de la historia desde el punto de vista de los vencedores o de un victimismo encolerizado asentado en la cúpula de la industria cultural dominante del siglo XX (que tiene su prolongación en el presente).

Alertamos del peligro de banalizar el conflicto bélico sea cual sean las maniqueas intenciones que muevan a remover refriegas sin otro objeto que el de contextualizar una fábula en un espacio-tiempo atractivo por su exotismo, dotándola de arquetípicos mensajes presuntamente destinados a la reparación de conciencias blandiendo una moralidad de galleta de la fortuna.

Tras este furtivo desahogo centrémonos en «War Horse (caballo de batalla)», el último film de Steven Spielberg, película que traslada al la gran pantalla el homónimo best seller del escritor británico Michael Morpurgo (la ignorancia de quien suscribe estas líneas hacia su obra impide juzgar si Spielberg adapta con justicia el texto original). Supongo que a estas alturas no hace falta presentar al director estadounidense; sí que merece la pena denunciar la pronunciada cuesta abajo por la que despeña su carrera (y su dignidad) como director cinematográfico en los últimos años –iniciada de manera irrefrenable con «La guerra de los mundos» («War of the Worlds», 2005)–. De su faceta como guionista ya ni hablamos…

Basta no obstante con echar un vistazo a la página web de «Morpurgo» para cotejar aquello que intuíamos al situar el cruce de caminos de ambas personalidades en el proyecto que nos ocupa; «stories for everyone», así intitula la etiqueta con la que conceptualiza su obra, subtitulando su nombre en la esquina superior izquierda como mandan los cánones del diseño gráfico. Qué más se puede decir. Pues que si metemos animales amorosos como osos, gallos, cerdos, caballos, perros y gatos en la misma estantería (la lista no acaba aquí) tenemos una rebelión en la granja de mil pares de cojones. Porque «War Horse (caballo de batalla)» nos ofrece un cajón de sastre donde es difícil que un público maduro pueda sacar reflexiones de peso. No son otras las fallidas intenciones de Spielberg y «Morpurgo»; como prueba la mejor secuencia de la película, aquella que comienza con un involuntario homenaje a «La vaquilla» (Luis García Berlanga, 1985) y que insensatamente acaba con la autodelación al encasillar al soldado alemán manifestando su innato deseo por resolver las contiendas como gustaba Valle-Inclán (cuidado, Mariano, no te pases con el déficit); a manporrazo limpio.

El humor humaniza, sí, pero a costa de los demás traiciona la honorabilidad del discurso que se pretende levantar (sí, me siento aludido). Y en dicha secuencia no se vilipendia la ideología precisamente –este apunte, dedicado a salvar el culo del soldado Berlanga–, que al fin y al cabo no es más que un apósito del hombre, como tal, susceptible de burla constructiva que la desacralice.

Si embargo el film, todo hay que decirlo, no empieza mal del todo; recogiendo pinceladas de un humor con el que solo los británicos saben precipitar las directas de sus pegadas. Poco a poco el bucólico relato se diluye en una descafeinada mezcla de narraciones paralelas cuyo débil nexo es el potro desbocado, insuficiente para articular y terminar de cerrar las diferentes microhistorias por las que cabalga. Fallo del guion en toda regla, perjudicado quizá por la ambiciosa empresa de aprehender la excesiva fragmentación del texto literario del que bebe, lastrado por la incomprensible decisión de alargar los tiempos hasta el hastío en muchas de sus secuencias.

Nos resulta también extraño el desmesurado reconocimiento que se ha otorgado a la fotografía de un film cuya iluminación busca lo pretencioso; excesiva en el prólogo en tierras escocesas, sin justificarse argumental ni retóricamente (mucho menos expresivamente). Una iluminación que funciona únicamente al servicio de las directrices marcadas por esa granja de Pin & Pon rebautizada como factoría Dreamworks. Con el desarrollo de la contienda se retoma una sobriedad más acorde con la línea argumental, resolución que dota a la película de un mayor realismo, para acabar de nuevo en un éxtasis crepuscular en el que solo echamos en falta el beso entre Scarlett O´Hara y Rhett Buttler.

Salvo la correcta captura del fragor de la batalla, encontramos pocos estilemas propios de Spielberg, que hace tiempo se dejó llevar por la sinfonía de movimientos de cámara (travellings sin freno) con la que se precocina todo producto hollywoodense. Hay que disculpar como sea el problema de no saber cómo encuadrar (aunque este no es el caso).

Del elenco actoral, pues muy sencillo; a golpe de talonario se arropa cualquier superproducción. Como cuento dirigido a un público infantil mejora sustancialmente las bombas fétidas de Disney; como «story for everyone» deja bastante que desear. Nada nuevo por aquellos lares.

Anterior entrega de cine: «Moneyball: rompiendo las reglas», de Bennet Miller

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