«La pasión, por desgracia, no es solo el centro del mensaje, sino la gran ausente en la película»
Viva la libertà
(Roberto Andò, 2013)
Texto: JORDI REVERT.
Mientras el mapa ideológico de Europa se redefine incierto desde el agotamiento y la rabia, se suceden las obras con sustrato de fabula política, albergadoras de ese mensaje que busca rescatar la esperanza en el humanismo perdido antes que en la enésima promesa sin cumplir. «Viva la libertà» es el último cuento sobre los entresijos del poder y llega con la intención de conquistar con enorme corazón la sensibilidad del indignado. Su propuesta es evidente al respecto: situar al gemelo loco de un líder de la oposición italiana acaba siendo el mejor antídoto para devolver la ilusión a un electorado erosionado por la realidad. Y la clave está en el discurso: frente a la nube de palabras ya gastadas, el renovado candidato cita en un mitin unas inspiradoras líneas de Bertolt Brecht que prologa con una llamada a la pasión.
La pasión, por desgracia, no es solo el centro de ese mensaje, sino la gran ausente en la película de Roberto Andò. Contenida hasta la morosidad, fría como un témpano, las formas que apuntalan esa estimulante revitalización de las esperanzas colectivas llevan el relato al borde de la rutina y el tedio. El director cae, en lo narrativo, en la misma indolencia que sus personajes denuncian en la esfera política, y su galería de secundarios, perfectos estereotipos para el descreído a convertir o el amor de juventud, no hacen sino allanar el camino al inmovilismo formal. En ese sentido, es este cine que queda a años luz de la intensidad y mordida de un Paolo Sorrentino, cuya «Il Divo» (2008) bien podría ser vista como el reverso contundente y oscuro de «Viva la libertà». El denominador común a ambas es un gran Toni Servillo que en aquella coronaba la excelencia con un personaje memorable, y que aquí, en su doble papel, salva al conjunto del olvido.