“En ‘Una pastelería en Tokio’ es la comida la que ejerce como catalizadora de los anhelos y los deseos frustrados de tres personajes que, por motivos distintos, encuentran en la elaboración del anko un motivo para seguir adelante”
“Una pastelería en Tokio” (“An”)
NAOMI KAWASE, 2015
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Parece que la carrera de Naomi Kawase ha abandonado los derroteros marcados por sus primeros trabajos –adheridos al documental y a un cine mucho más críptico– para instalarse, veremos si de forma definitiva, en un territorio mucho más accesible y destinado a un público más amplio. Si su película anterior “Aguas tranquilas” (Futatsume no nado, 2014) la había situado en el mapa de la cinefilia de festivales mayoritarios (éxito en Cannes mediante), en “Una pastelería de Tokio” (An, 2015) encontramos el que es hasta el momento uno de los filmes más convencionales en lo estético y lo narrativo de la directora japonesa. Algo que no tiene que ser un defecto per se, sino simplemente la elección del camino más adecuado para narrar una situación que, de tan mínima, apenas tiene lugar fuera del pensamiento de sus personajes.
En efecto, “Una pastelería en Tokio” hace bandera de su sencillez para contar una historia profundamente íntima y, no cabe duda, inconfundiblemente japonesa. Solo hay que detenerse en los gestos, los silencios y las pausas para identificar unos modos que inmediatamente se asocian a una idiosincrasia nipona que cineastas como Kawase (y en otra esfera, Hirokazu Kore–eda, el gran narrador del cine japonés contemporáneo) se encargan de transmitir entre el público. Si en “Aguas tranquilas” la comunión con la naturaleza producía efectos balsámicos para mitigar el dolor de la pérdida, en “Una pastelería en Tokio” es la comida la que ejerce como catalizadora de los anhelos y los deseos frustrados de tres personajes que, por motivos distintos, encuentran en la elaboración del anko un motivo para seguir adelante.
Es inevitable, además, encontrar en la película un cierto regusto a nostalgia. Nostalgia por un mundo condenado a acabarse, en el que la comida elaborada con mimo y paciencia se sustituye por un fast food que no es solo alimenticio sino también ideológico. La sociedad moderna castiga los tiempos de la naturaleza, y lo artificial le gana terreno a lo natural. Por eso las manos de la anciana Tokue –que Kawase filma con deliberada atención por la incidencia que tienen en la trama– representan esos usos tradicionales en serio peligro de extinción.
En definitiva, y aunque en ocasiones Kawase se deslice peligrosamente hacia terrenos de moralina fácil y ramalazos new age, “Una pastelería en Tokio” es un llamamiento a echar el freno en un mundo que nos consume y nos aletarga, a fijarse en los pequeños detalles y a disfrutar de una existencia más sencilla en la que contemplar los cerezos en flor o saborear un dorayaki puedan representar un placer exquisito.
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Anterior crítica de cine: “Spectre”, de Sam Mendes.