«Pongan a prueba su cinefilia y valoren con indulgencia una propuesta que tristemente, para muchos finaliza de forma tan feliz»
«Tierra prometida»
(«Promised land», Gus Van Sant, 2012)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
Avellanosa de Muñó, Bahabón de Esgueva, Baños de Valdearados, Berlangas de Roa, Cabañes de Esgueva, Castrillo de la Vega, Cebrecos, Cilleruelo de Abajo, Cilleruelo de Arriba, Covarrubias, Fontioso, Gumiel de Izán, Gumiel de Mercado, Haza, Hoyales de Roa, Iglesiarrubia, Lerma, Mecerreyes, Nebreda…
Sí, no pasada nada por saltar hasta los puntos suspensivos desde el tercer elemento de la lista, todos hemos pillado que se trata de una tediosa enumeración de municipios castellanos. Al amañar el corta y pega los hemos ubicado en el mapa. Ahora sabemos que pertenecen a la provincia de Burgos, concretamente al sector “Burgos 1”, objetivo de prospección por “fracking” de la filial española de BNK Petroleum, castizamente conocida como Trofagas Hidrocarburos.
Aquí no nos andamos con hostias, en España preferimos llamar las cosas por su nombre. Nombres bien grotescos, esculpidos a golpe de cincel de Real Academia, pintados sobre el cemento o recortados en chapa. En el extranjero es otra cosa; les gusta describirse con vericuetos, con formalismos tangenciales… unas finuras que alcanzan su máxima expresión con los rodeos que tanto deleitan a los yanquis. “Global Crosspower Solutions”, eso sí que es una etiqueta en la que depositar toda confianza. Se vende sola. Nada de comerciales disfrazados de testigos de Jehová con cara de pajeros.
Steve Butler (Matt Damon) y Sue Thomason (Frances McDormand), perfectamente equipados para hipotecar el futuro de la comunidad con cercanas sonrisas de franela y promesas lejanas, ponen rostro a la multinacional que busca agujerear la tierra para extraer gas en un pueblecito cualquiera de Estados Unidos. Hay que iniciar a toda costa una elegante expropiación de la que se descuelgan catastróficas consecuencias. Por si no lo sabían, el “fracking” es la técnica con la que se hurga en la tierra hasta el esfínter. Y no vamos a seguir por la metáfora porque ya nos está doliendo. En definitiva, los riesgos del método son tan elevados, que deberían bastar para desestimarlo.
Gus Van Sant dirige “Tierra prometida”. Sí, uno de los mejores directores de los últimos veinte años. No por defender causas perdidas y meter el dedo en el ojo (…) con coraje, sino por escribir con la cámara con excelencia, por dar validez con sentido fílmico a cada uno de los principios que defiende.
Van Sant acompaña los cambios narrativos con elementos propios del lenguaje cinematográfico, reforzando los sistemas conceptuales o ideas que se desarrollan durante la película a nivel formal: uso simbólico de los colores como los que observamos en la identificación de los vehículos con los personajes; uso del color para elevar el tono dramático de las secuencias (Steve junto al granjero belicoso); el trabajo con espacios que cambian de función como la que adivinamos en la asamblea emplazada en el campo de baloncesto (alegoría nodal con la que se vincula la trama central); cambios en los encuadres con los que se responde a preguntas incómodas (primer plano de Steve con la bandera americana en segundo término) o saltos al contracampo para visualizar un giro de los acontecimientos de 180º (negociación entre Steve Butler y el supervisor Richards).
Pongan a prueba su cinefilia y valoren con indulgencia una propuesta que tristemente, para muchos finaliza de forma tan feliz. Hagamos la vista gorda al utópico “happy ending”. Para desenlaces realistas ya tenemos bastante con Trofagas Hidrocarburos y la Thatcher, que por fin se ha ido a tomar por culo.
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Anterior entrega de cine: “Tipos legales”, de Fisher Stevens.