Cine: «Take shelter», de Jeff Nichols, 2011

Autor:

«Un ambiguo y abierto desenlace, es colofón con el que escapar del dirigismo cultural (e ideológico) que desde Ohio (símbolo de las primarias) planea devastar el futuro político de un país; sustanciosa propuesta con la que saborear el mejor cine independiente norteamericano»

«Take shelter»
(Jeff Nichols, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 
La representación más iconoclasta del miedo comienza a perpetuarse en la Edad Media de la mano de una espiritualidad fundamentada en la fe religiosa. Se trata al fin y al cabo de una herejía racional (y natural, puesto que de esa voluntad parten las primeras manifestaciones artísticas que tienen su origen en el culto animista) de retratar el temor a lo desconocido. Curiosamente este esfuerzo estético cargado de simbolismo se reproduce en un periodo de absolutismo religioso, conviviendo con la sinrazón cristiana de reducir a lo antropomorfo la capacidad de abstracción del hombre, de poner cuernos y rabo a lo ignoto, acojonar al ignorante y oficiar la liturgia de Sauron (sí, el de la mitra) desde la Santa Sede.

Algunos siglos después, la Norteamérica profunda todavía eriza los pelos del espinazo por el compost conservador con el que fertiliza los sistemas de valores de su ciudadanía. Esta tierra nos ofrece casi siempre la complaciente posibilidad de contemplar una microsociedad bastante representativa del ideal de cómo tienen que ir las cosas en la aldea de Pocoyó o en la urbanización de Esperanza Aguirre; un ojo del huracán a la funerala por la reiteración de la lluvia de reveses «progres» que recibe, ya sean derechazos de la Costa Este o zurdazos de la Costa Oeste (según nos situemos frente al mapa de las barras y las estrellas). La cuestión es que quizá no nos tomamos demasiado en serio calamidades que codifican males de altura; alegorías ficcionadas en argumentos que infelices pensamos nos tocan un poco lejos.

Si caemos en el error de minimizar la expresión de «Take shelter» al reducto local de un individuo bajo el influjo de la esquizofrenia o al paisaje de mascadores de carne seca pues estamos listos para que nos diagnostiquen una desorganización neuropsicológica tan preocupante como la que abate a Curtis (Michael Sannon).

Jeff Nichols insinúa con «Take shelter» una evocadora inmersión en el plano subjetivo del protagonista conjurando el advenimiento de una tempestad que amenaza al individuo y al colectivo; turbulencias del alma que ponen en peligro la calma chicha con la que damos la espalda a crisis de mayor calado que las que empapan nuestras cuentas corrientes. Cierto que la película se inscribe en la tendencia apocalíptica cuya erección ya intimida bastante por la formidable calidad de sus propuestas («El caballo de Turín», Béla Tarr & Ágnes Hranitzky, 2011; «Melancolía», Lars Von Trier, 2011; «Otra tierra», Mike Cahill, 2011;…). Sin embargo, «Take shelter» incorpora un sustrato referencial más pragmático en sus ligaduras con el presente, siempre de forma sutil pero insistiendo en conectar con la coyuntura económica que atravesamos (a algunos se nos atraviesa más que a otros). Aunque el embalaje simbólico sea grande, si no nos encontramos con este mensaje estamos bien jodidos.

Nichols organiza el relato en un persistente in crescendo modulando la tensión dramática, dosificando la información para materializar un excepcional sentido del ritmo en planos que tienen su justa duración; escapando acertadamente de la longevidad oxidante, entre otras cosas porque la historia no lo pide. ¿Y por qué no? Porque acumula diferentes subtramas; apartes narrativos que exigen de una rigurosa atención para no adscribirse como meros acoplamientos con los que enriquecer el tronco conflictivo principal. Curtis, o Michael Sannon (llega un momento en que la convincente interpretación pone en duda su salud mental tras protagonizar el film) nucleariza toda la carga discursiva de la película; pero la evolución del personaje no se entiende sin la necesaria interrelación con el mundo que le rodea, especialmente con el círculo próximo, al que acaba abduciendo junto al público con la proyección de su estado mental al exterior.

Los logros de «Take shelter» florecen con su loable capacidad de fundir diferentes realidades reduciendo el distanciamiento del espectador frente a la narración. Se consiguen delinear los procesos de identificación con exactitud, invitando a participar en la diégesis, renunciando a los mecanismos que operan en el lenguaje para provocar la ruptura discursiva; sin necesidad de flashbacks, voz interior o efectos empalagosos que expliciten las oscilaciones entre objetividad y subjetividad. Las discontinuidades narrativas entran prácticamente con vaselina, a través de un sobresaliente trabajo con la banda de audio (en la que integramos también la inquietante banda sonora, por supuesto) que se prolonga a lo largo de toda la película persiguiendo el establecimiento de una relación íntima con Curtis.  Las barreras perceptivas que separan fantasía o la paranoia de la realidad se quebrantan con la posibilidad de compartir la experiencia auditiva, antesala para dar paso a las inmediatamente posteriores ilusiones ópticas.

«Take shelter» se consuma en un ambiguo y abierto desenlace, colofón con el que escapar del dirigismo cultural (e ideológico) que desde Ohio (símbolo de las primarias) planea devastar el futuro político de un país; sustanciosa propuesta con la que saborear el mejor cine independiente norteamericano.

Anterior entrega de cine: “Tres veces 20 años”, de Julie Gavras.

Artículos relacionados