Cine: «Star Trek: En la oscuridad», de J.J. Abrams

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«Pese a ir de menos a más, esta secuela no alcanza la contundencia icónica de su anterior y disimula, bajo su narrativa hiperactiva, más conformismo que el que presentaba aquella»

 

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«Star Trek: En la oscuridad»
(«Star Trek: Into darkness», J.J. Abrams)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En el nombre de J.J. Abrams se concentra buena parte de la fórmula del éxito para un nuevo Hollywood: contar viejas historias con nuevas fórmulas. Es decir, actualizar (y agilizar) la mitología de aquello que en el pasado brilló para esos públicos que, o bien solo pueden vivirlo ya desde la nostalgia, o bien se han forjado ya lejos de esa herencia emocional con fecha de caducidad. Abrams ha llegado para refundar mitos sin abandonar un cierto sentimentalismo de base, pero consciente, al mismo tiempo, de que el cine-espectáculo debe refundarse con nuevos aires y una montaña de cinefilia bajo sus pies. No es de extrañar, pues, que en su currículo figuren «Misión: Imposible III» (2006), esa secuela llamada a solidificar la identidad de una saga en una dirección concreta, o «Super 8» (2011), esa (re)conjugación de sus afectos por el fantástico familiar de la década de los ochenta.

Tampoco es raro comprobar que Abrams haya tomado el mando de las dos grandes space operas del cine. Si alguien podía reactivar la vitalidad a la franquicia «Star Trek» y restaurar el prestigio deshinchado de «Star Wars» tras la segunda trilogía, ese era él. En 2009, «Star Trek» dejó nichos a un lado y abrió al gran público la identidad de la criatura de Gene Roddenberry, con una película pletórica de ritmo, llena de consciencia autoreferencial y enamorada de la esencia de la aventura. Aquella fabulosa operación de «reboot» confirmaba al realizador que Hollywood necesitaba: un discípulo brillante de Steven Spielberg, un chico listo dispuesto a remozar mitos culturales, un Midas del «blockbuster» con un implacable pulso para la épica.

Siguiendo la ley no escrita de que una segunda entrega debe ser más grande, más oscura y espectacular que su precedente, «Star Trek: En la oscuridad» se sumerge desde su futuro en miedos contemporáneos y presenta al enemigo más formidable de Spock y Kirk como un agente del caos bajo la mirada reptil de Benedict Cumberbatch. Ese acierto de casting no es su único argumento: la película sube la apuesta de la destrucción masiva, profundiza en los vericuetos sentimentales de la amistad entre el Capitán y el Comandante de la U.S.S. Enterprise en pleno apocalipsis de la nave y hasta lanza un delicioso guiño a «El padrino. Parte III» (Francis Ford Coppola, 1990). Sin embargo, y pese a ir de menos a más, esta secuela no alcanza la contundencia icónica de su anterior y disimula, bajo su narrativa hiperactiva, más conformismo que el que presentaba aquella en su vocación de poner patas arriba el universo trekkie. Abrams trata de reforzar el corazón de la saga con un momento de intimismo y saludo vulcaniano, pero la cinta, infalible vehículo de evasión, nunca llega a trascender al reino de lo memorable.

Anterior entrega de cine: “La mejor oferta”, de Giuseppe Tornatore.

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