“Todo en ‘Spectre’ apunta hacia los tempranos signos de agotamiento de un diálogo que prometía una revisión continuada de la condición icónica de su figura central, pero que en su lugar ha dejado paso a una serie de desganados apuntes en medio de parámetros más acomodaticios”
“Spectre”
SAM MENDES, 2015.
Texto: JORDI REVERT.
Dentro de las reflexiones que componían el influyente “Apocalípticos e integrados” de Umberto Eco, quizá una de las más sorprendentes era aquella que contraponía, dentro del espectro de la cultura popular, a Superman y Krazy Kat. El personaje de Joe Shuster y Jerry Siegel y la tira cómica de George Herriman representaban, para el teórico italiano, dos posiciones enfrentadas: el inmovilismo y la reiteración en el primer caso, como herramientas para el entretenimiento al servicio de la falta de compromiso político y el conformismo; la reincidencia del gesto como arma de erosión y subversión de lo establecido –el sempiterno ladrillazo sobre la cabeza de Krazy Kat−, en el segundo.
La brillante contraposición activa la idea de que determinados objetos culturales nacen para pervivir en la insistencia de una identidad predefinida, mientras que otros son capaces de utilizarla como arma arrojadiza. En el caso de James Bond, diseñado por Ian Fleming como exponente de la fantasía masculina –viajes, aventuras, mujeres, coches de lujo−, ha repetido durante décadas una serie de constantes que garantizaran la continuidad de su éxito. Las sucesivas modulaciones que el universo del personaje pudiera acoger se hallaban siempre limitadas al ADN original. Dicho de otra manera, existía en las distintas etapas del agente 007 una tensión constante entre la novedad y el arquetipo a menudo difícil de resolver. Las posibles evoluciones, sin embargo, quedaron estancadas al final de la era Pierce Brosnan, en el momento en el que los tópicos asociados al espía británico quedaron al borde de la fosilización en “Muere otro día” (“Die another day”, Lee Tamahori, 2002). Por suerte, la entrada en la franquicia de Daniel Craig fue, con toda probabilidad, el viraje más importante en su historia: la posibilidad de un Bond con dobleces morales, capaz de matar fríamente y a la vez de enamorarse –irremediablemente contagiado por la saga Bourne−, pero también plenamente autoconsciente del lugar que ocupa en la cultura popular. La actualización culminaba en la notable “Skyfall”, en la que Sam Mendes situaba a su protagonista, por vez primera, en una crisis de identidad acorde a tiempos más oscuros.
“Spectre” vive, ya desde su escena de apertura –un elegantísimo plano-secuencia en el Día de los Muertos en México D.F., como eco de la vibrante secuencia de Estambul en Skyfall−, a la sombra de su predecesora y entre la persecución y la interrupción de su modelo. En el espacio entre Superman y Krazy Kat, el último James Bond se debate entre la recurrencia a su versión normalizada y la más rupturista. La película de Sam Mendes sigue siendo plenamente consciente de las estimulantes encrucijadas planteadas en la anterior entrega, pero las minimiza para demostrarse, durante buena parte del metraje, en piloto automático y cómoda en coordenadas más convencionales. Solo en el último tercio reaparecen con fuerza argumentos para repensar al personaje y su mundo, con una alegoría de las ruinas del pasado glorioso del espionaje británico y la insinuación de un Bond más humano. El problema habita en que la articulación de esas ideas, además de tarde, llega con cierta torpeza e invita siempre a pensar en la cinta como borroso reflejo de “Skyfall”, nunca tan fluida ni compleja y sí diluida en los menos interesantes lugares comunes del modelo arquetípico. En ese menor riesgo reaparecen los villanos olvidables –un Christoph Waltz breve y nunca intenso−, los esbirros colosales –Dave Bautista como acertado sicario en la línea sucesoria de Richard Kiel− y las mujeres relegadas a un segundo plano –frente al carisma de Eva Green y Bérénice Marlohe en anteriores entregas, la falta de magnetismo de Léa Seydoux y la desaprovechada carnalidad de Monica Bellucci− ante un Craig consolidado en su despedida en su propia tipología Bond. Tampoco las secuencias de acción gozan de la creatividad y el pulso suficientes como para resultar memorables, aferradas a escenarios que antes inspiran el déjà vu –la base en el desierto que recuerda al final de “Quantum of Solace” (Marc Forster, 2008), la enésima localización en un paisaje nevado centroeuropeo− que renovadas opciones para la arquitectura visual de la set piece. En definitiva, todo en “Spectre” apunta hacia los tempranos signos de agotamiento de un diálogo que prometía una revisión continuada de la condición icónica de su figura central, pero que en su lugar ha dejado paso a una serie de desganados apuntes en medio de parámetros más acomodaticios. Un terreno de nuevo incierto para el futuro de una saga obligada a mirarse al espejo para seguir sobreviviendo a las frenéticas derivas de la cultura popular.
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Anterior crítica de cine: “Junun”, de Paul Thomas Anderson.