«Salvajes’ no fascina por alumbrarnos con un estilo subversivo sino por repetir fórmulas trasnochadas»
«Salvajes»
(«Savages», Oliver Stone, 2012)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
“Parece haber una polaridad básica, o quizá mejor una alternancia, en el efecto subjetivo. Por una parte están las risas estentóreas, la potenciación del lado jovial y cómico de las cosas, la efusión sentimental inmediata, el gusto por desembarazarse lúdicamente de inhibiciones culturales y personales. Por otra, hay un elemento de aprensión y oscura zozobra, una tendencia a ir al fondo –rara vez risueño– de la realidad, que nos ofrece de modo nítido todo cuanto pudimos o debimos hacer y no hemos hecho, la dimensión de incumplimiento inherente a nuestras vidas”.
Cada una de estas afirmaciones podrían explicar por sí solas el imprevisible y dual cuerpo fílmico de Oliver Stone si no fuera porque están extraídas del apéndice que versa sobre los efectos subjetivos de la marihuana en «Fenomenología de las drogas». Recuperamos así un pequeño fragmento de la crónica empírica rubricada por el más anárquico antropólogo español de las últimas décadas (con el permiso de Manuel Delgado): Antonio Escohotado. La universalidad de la materia tratada por Escohotado supera sin embargo el reduccionismo de los estudios culturales de sus colegas, empecinados por sacar la cabeza por el más pequeño de los agujeros del queso para reencontrarse con los pliegos de la microhistoria.
La plástica más reconocible del cine de Stone («Platoon», 1986; «Nacido el cuatro de Julio», «Born on the fourth of july», 1989; «Asesinos natos», «Natural born killers», 1994; «Giro al infierno», «U-Turn», 1997) se ha caracterizado por invitar al colocón de carácter sinestésico (no hay aspiración más absoluta que se pueda atribuir al cinematógrafo) guiando al espectador a la misma catarsis perceptiva que experimentan sus personajes. El director norteamericano ha sobresalido de entre su generación por facilitar la inmersión en un nuevo paradigma de la imagen ubicado en la postmodernidad: aquel que ha sabido absorber la cultura del videoclip mediante el uso del montaje. Con esta arquitectura, Stone ha preferido “el gusto por desembarazarse lúdicamente de inhibiciones culturales y personales” optando por líneas narrativas serpenteantes e incisivas, cuestionado la moralidad de la industria cinematográfica, destripando la realidad televisiva, trasladando las vísceras de la actualidad más aberrante a la gran pantalla.
Stone también ha destacado, para bien o para mal, por poner a prueba la disposición del espectador hacia la visita hagiográfica («The Doors», 1991; «Nixon», 1995; «Comandante», 2003; «Alejandro Magno», «Alexander», 2004; «W.», 2008;). La necesidad de imponer rigurosidad al retrato le ha supuesto abandonar las categorías formales más creativas cuando se trataba de entender al individuo como motor de la historia. Al acercarse al carisma del personaje histórico, el estilo de Stone ya no vuela tan alto; se deja dominar por un discurso plomizo, supeditado a la complejidad y controversia de la figura humana como vórtice de los acontecimientos que desencadena.
No sabemos muy bien dónde encajaría «Salvajes» en estas dos vertientes. No fascina por alumbrarnos con un estilo subversivo sino por repetir fórmulas trasnochadas. Tampoco se asoma por la sima más oscura de los sujetos que la protagonizan. Chon (Taylor Kitsch) y Ben (Aaron Taylor-Johnson) –dos «dealers» luchando por rescatar su droga más deseada de la extorsión del cártel mexicano– aturden por la horizontalidad de sus identidades; previsibles y negadas para llevar la empatía de un público adulto a un grado aceptable. Como narcotraficantes de medio pelo resultan resultones y simpáticos. Sin más.
Elena (Salma Hayek) tampoco llega a cautivar por la incoherente evolución a la que se conduce. Los roles más atractivos nos los brindan Lado (Benicio del Toro) y Dennis (John Travolta) por los paralelismos y ambivalencias que comparten. Insuficiente para construir un thriller coral. El peso de la cinta recae en la incidencia de estos dos actantes a lo largo de la trama puesto que los “inesperados” giros no logran reavivar un planteamiento que ya de inicio sufría de necedad y simpleza.
Con un canuto en la mano le damos un nueve.
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Anterior entrega de cine: “Somos la noche”, de Dennis Gansel.