«Distinguimos la mala hostia de Loach, rabiosamente gozosa para los impulsivos, deleitosa para los políticamente incorrectos, insuficiente para la posteridad»
«Route irish»
(Ken Loach, 2010)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
A decir verdad, no sabemos si el colapso cerebral de Obama se debe a tanto batido o al abuso del filete ruso (versiones patrias de la alta cocina norteamericana); de lo que sí estamos seguros es de que su desternillante informe sobre la presencia militar en Irak parece sacado de un guión de Gila. No perderás un Tour de Francia como Sean Kelly, pero estos ciegos excesos siguen conllevando sus abscesos, y el grano en el culo se llama Ken Loach.
Tras la tregua que supuso «Looking for Eric» (2009), el director británico, siempre en guardia ante la injusticia social y las malformaciones políticas, decide aparcar el tono cómico para acuartelarse en posiciones más beligerantes y acometer con ataques directos a los socios y sabuesos de los remakes de la administración Bush. Vuelta al pazo en una recuperación de maneras con las que Loach ha sentado cátedra a lo largo de su filmografía.
Sin dejar de reconocer y alabar la fecunda y ejemplar trayectoria de un grande del cine, y aunque estimemos obvia nuestra lectura de la guerra de Irak, hagamos una concesión a quienes no se han enterado de qué va la fiesta o han permanecido en la inopia durante casi diez años. Como probablemente a esta gente tan maja se la trae floja los delitos flagrantes que delata Loach, sí que sus seguidores y los arriba referidos hubiésemos agradecido un tratamiento menos condescendiente para con el público, más complejo, ya que la mayor amenaza de incurrir en temáticas que denuncian hazañas bélicas contemporáneas procede de tomar el camino corto, el atajo panfletario que reduce la dimensión de todo discurso.
El binomio Ken Loach-Paul Laverty (guionista) no va a estar produciendo obras maestras a cada paso («Carl´s song», 1996; «My name is Joe», 1998 o «Sweet sixteen», 2002), sin embargo en «Route irish» saltan a la vista los desaciertos en la confección de un thriller que se descose por varios costados. Es curioso que el mayor fiasco brote del guión; de la previsibilidad en el desarrollo de los conflictos, la falta de ritmo, la poca fluidez narrativa, la redundancia de flasbacks explicativos y una torpe integración en el argumento de los nuevos medios y las imágenes que éstos generan; también colea por ahí un chiste suelto que no se encuentra ni en nostálgicos casetes de gasolinera.
Contratistas, mercenarios, arribistas (no es Fangoria, tranquilos), cualquiera de las acepciones valida la necesidad de remendar el entuerto post-bélico echando mano de individuos para quienes ya no hay otro sufragio que el lenguaje de las armas. En «La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas», el gran Roman Gubern acertaba en señalar el perfil de los personajes del cine de Loach, en el que “los malos son muy malos, y los buenos no son completamente buenos”. Esa desmedida vileza del antagonista ha sido manejada con astucia gracias a un humor negro excepcional, introducido en dosis exactas para componer los tempos del guión, establecer picos dramáticos y correspondientes respiros armónicos con los que tragar el fuerte contenido ideológico de sus propuestas fílmicas. La ausencia de estos recursos caricaturiza a los antagonistas de «Route irish» hasta el punto de convertirlos en personajes planos e inverosímiles mientras que los protagonistas acertadamente han sido construidos en profundidad, en equilibrio entre fuerzas éticas y morales de distinto signo; ambiguos trazos que los humaniza en su doble rol de ejecutores en tiempo de guerra y víctimas de problemáticas alejadas de trinchera en tiempo de paz.
Los atractivos en «Route irish» tenemos que buscarlos en la más que aceptable interpretación de actores habituales de segunda o tercera fila –entre los que destaca Mark Womack (Fergus)– y en cuestiones formales muy reseñables. El tono naturalista queda retratado por la contenida fotografía de Chris Menges («The mission», 1986; «Michael Collins», 1996 o «The reader», 2008) con un trabajo al servicio de la historia y la condición de los personajes; con sus tonalidades frías y el uso de la débil luz natural Menges vacía de sentimientos un mundo que refleja con crudeza análogos comportamientos en individuos en tránsito a ninguna parte. El azul de Kieslowski tiñe con el recuerdo del amigo muerto cada plano para acabar ahogando a Fergus en la angustia que se traduce en sed de venganza y la banda sonora participa igualmente de esta discreción formal, acompañando con prudencia el recorrido emocional de las imágenes.
En el previsible final distinguimos la mala hostia de Loach, rabiosamente gozosa para los impulsivos, deleitosa para los políticamente incorrectos, insuficiente para la posteridad.
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Anterior entrega de cine: “Attack the block”, de Joe Cornish.