«Ridiculiza explícitamente las dislocadas cacas del Reino. Satírica y mordaz hasta arribar al exceso. Una entretenida crítica para apostatar y pura palomita»
«Red state»
(Kevin Smith, 2011)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
Entre comillas volcamos a lengua vernácula (con traducción de andar por casa) los lemas que abandera el portal republicano RedState.com: “Gobierno, cultura, negocios y economía, medios de comunicación, política, elecciones y más.” Y rematan: “Bienvenidos a RedState. Somos venturosos guerreros y nos alegramos de contar contigo en la lucha”. ¡Toma ya!
Pero a este lado del Atlántico no nos quedamos atrás. Las ondas electromagnéticas de alta frecuencia de un Lorenzo meridional se comen el rojo vivo permutándolo en el cutre anaranjado de la Fundación para el análisis y los estudios sociales (FAES para los afortunados despistados). Manos a la obra: entre partidas de pádel y sesiones de mancuernas, nuestro celebérrimo Bigote –asumiendo el relevo del gran Centinela de Occidente– también reniega del azul político para disfrazar con naranja neoliberal el rojo arsénico de la ultraderecha más terca.
Estas son algunas de las tonalidades del arco iris a las que se aferran como ladillas las ideologías reñidas con el sentido común y las doctrinas más humanistas. La pasión por los colores no tiene límites. Cosa de gustos.
Inspirado en los mismos simbolismos prehistóricos y garbanceros, Kevin Smith nos entrega «Red state», película con la que retrata agrupaciones afines a la vertiente ultra demente del conservadurismo norteamericano. Ahora solo nos hace falta un líder fascinante y pragmático, enésimo pirado salido del complicado universo bíblico: el reverendo Abin Cooper, soberbiamente interpretado por Michael Parks. El predestinado Abin Cooper reúne en su esquizofrénica figura las pintorescas propiedades por las que se baten el rojizo cobre los defensores de un folclore vetusto y retrógrado depositado en las sagradas escrituras. Distingamos esta falta de juicio en el radicalismo homófobo más verraco instalado en la familia como núcleo endógeno, hostil a la contravención de los sacramentos, apostado siempre en cerriles barricadas para reaccionar ante el cambio, venga de donde venga.
El grupúsculo acaudillado por el quijotesco Abin Cooper ha emprendido la cruzada contra los homosexuales; empresa auspiciada por el sentimiento conservador amojamado de la comunidad republicana, contexto donde florecen toda suerte de “Nuevas Iglesias” partiendo de las interpretaciones más inverosímiles de ese gran texto que todo lo abarca. Cuando el vecindario quiere darse cuenta, la pandilla ya está armada hasta los dientes con automáticas customizadas y fusiles de caza mayor.
Con «Red state», Kevin Smith vuelve a remontar el curso tras encallarse casi de forma definitiva en sus dos abominables últimas cintas: «¿Hacemos una porno?» («Zack and Miri make a porno», 2008) y «Vaya par de polis» («Cop out», a Couple of Dicks, 2010). Los estratégicos componentes con los que conectar con un target de público relativamente alto siguen estando presentes no obstante: personajes adolescentes con los que potenciar plausiblemente los procesos de identificación; reducción de los esfuerzos de visualización con un guion poco enrevesado; lenguaje cargado de jerga juvenil y las restricciones sexuales como tabú con el que escandalizar a la troupe.
El vértigo se consuma con el surtido de retórica y estética del exceso postmodernista que propone Kevin Smith fundamentado en una acción sin límites, un ritmo frenético en el montaje por corte, la multiplicación de planos y la reducción temporal de éstos, la cámara al hombro,…
«Red state» ridiculiza explícitamente las dislocadas cacas del Reino. Satírica y mordaz hasta arribar al exceso. Una entretenida crítica para apostatar y pura palomita con la que patear la línea de flotación de los más machos cancerberos de la palabra de Dios.
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Anterior entrega de cine: “Cinco días sin Nora”, de Mariana Chenillo.