«Básicamente lo que nos dice ‘Moneyball: rompiendo las reglas’ (la coletilla española se las trae) es que sigamos corriendo como ratones a pesar de que no comprendamos en qué consisten las reglas»
«Moneyball: rompiendo las reglas»
(«Moneyball». Bennet Miller, 2011)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
«Moneyball: rompiendo las reglas» cocina una perfecta retahíla de ingredientes que se presentan como imprescindibles para obtener un rotundo éxito en taquilla conmoviendo a la audiencia, y ya de paso, convertirse en magnetizado talismán con el que adherirse al metal de cualquier premio.
Varias coordenadas a trazar: una estrella popular y más que correcta en sus interpretaciones (Brad Pitt) alrededor de la cual hacer girar toda la trama; tocar la vena sentimental por varios puntos (el béisbol como pilar que sustenta incontables elementos patrióticos); y para terminar, abanderar una ideología fundamentada en el discurso americano más risueño. David contra Goliat, dibujando la línea que separa el triunfo del fracaso, conceptualizando el siempre hay un mañana para quienes siguen intentándolo. Todo ello empacado en un enunciado para todos los públicos que eluda juguetear con el puntito “g” (PG).
Como film que se adapta con precisión matemática a un determinado grupo cultural, a una específica manera de ver (hegemónica, exportable e imponible, todo hay que decirlo), se erige en lo que tenemos que aceptar como buena película. El «keep going» americano que tan bien casa con la mentalidad estadounidense, cimentado en un optimismo sin límites aferrado a las oportunidades que ofrece la vida; no obstante esa fe ciega en el individualismo (de saber aprovecharla o no depende ti, macho) se ha verificado que produce ceguera (como hacerse pajas) a la hora de percibir el sentido común de las cosas. A través de un sueño frustrado, pero apoyado en firmes convicciones (que pueden derivar en fanatismo) podemos hacer que la gente se sienta mucho mejor consiguiendo al mismo tiempo que la maquinaria siga funcionando. Ahora sí que nos vendrían al dedillo los símiles con los que adoctrina nuestro ilustrísimo Mr. Wert, aquellos en los que inocentemente predica el agotamiento del sistema capitalista y el neoliberalismo más brutal.
Las premisas que lanza Bennet Miller son claras también: ampliar nuestras miras a una lectura filosófica que parta del envite deportivo. Qué bonito. El deporte sin embargo hace tiempo que vive sometido al mercantilismo, y pobre de nosotros si tuviéramos que depositar nuestras esperanzas en estadistas como Maurinho (el 666 en la camiseta estaría decidido) o en modelos económicos salidos de Yale (paradigma de la privatización de la educación), configurados como nuevas ecuaciones con las que salir de la crisis (el cuadro de Platón en la cabecera del camastro del licenciado vidriera no puede tener mejores intenciones). Parece que algunos tienen la brújula para salir del laberinto: cambiar una élite por otra, que viene a significar sustituir unos sinvergüenzas por otros (aquí ya hemos tomado nota).
Debemos reconocer un acierto. La película en sí regula a la perfección los diferentes dispositivos emocionales que brotan de la espectacularidad de las retransmisiones deportivas que, trasvasados al cine con banda sonora incluida, engrandecen las posibilidades empáticas con el espectador. El entretenimiento, como sentenció el escritor Michael Ventura, no tiene otro objeto que canalizar el deseo a la pantalla, hacia personajes que experimentan la vida más intensamente, engordando las aspiraciones que han quedado minadas tras la pérdida de confianza en el porvenir económico y político global. Respetando escrupulosamente estos basamentos el multicine o el partido del siglo vienen que ni pintados una tarde fría de invierno.
Básicamente lo que nos dice «Moneyball: rompiendo las reglas» (la coletilla española se las trae) es que sigamos corriendo como ratones a pesar de que no comprendamos en qué consisten las reglas, que cómo el béisbol, todavía son un enigma para algunos de nosotros.
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