“A Christopher McQuarrie no le falta el pulso para la acción, pero sí el nervio y la creatividad decisivos para elevar la apuesta del elemento clave de la saga: las set pieces”
“Misión imposible: nación secreta” (“Mission Impossible – Rogue Nation”)
Christopher McQuarrie, 2015
Texto: JORDI REVERT.
En sus cuatro primeras entregas, la saga “Mission: impossible” se había postulado como un rara avis dentro del cine de acción. Apenas tomando como referencia el formato la serie de Bruce Geller, la franquicia cinematográfica ha sido un espacio libre para que directores de sensibilidades muy distintas desplegaran su propia visión del cine de acción: de la fuerza hitchcockiana de Brian de Palma a la lúdica inventiva de Brad Bird, pasando por el barroquismo de fuego y palomas de John Woo o el carisma de J.J. Abrams. En definitiva, una tetralogía sorprendentemente heterogénea a partir de variaciones sobre un mismo tema que rehuía la estandarización.
“Misión imposible: nación secreta” da, por primera vez, un paso en esa dirección. Ofrece una continuidad de tono y forma respecto a “Misión imposible: protocolo fantasma” (“Mission: impossible – Ghost protocol”, Brad Bird, 2011) y busca forjarse una personalidad a medio camino entre el espíritu del original televisivo y las explosivas aportaciones de sus predecesoras. Sin embargo, esta es la primera película de la saga que parece realizada por un técnico y no por un autor jugando a una exhibición creativa sin límites. En todo momento, esta secuela no puede evitar mirarse con sus hermanas y conformarse con ser una versión más pequeña y conformista de aquellas, que incluso precisa de la enésima secuencia de intento de asesinato en la ópera –redimensionada dramáticamente por el clímax del ‘Nessun dorma’− para dar la talla. A Christopher McQuarrie no le falta el pulso para la acción, pero sí el nervio y la creatividad decisivos para elevar la apuesta del elemento clave de la saga: las set pieces. Frente al impresionante asalto del Burj Khalifa en “Protocolo fantasma” o el alocado western motorizado de “Mission: impossible II” (John Woo, 2000), las escenas de esta quinta parte son competentes réplicas de anteriores, pero no flirtean con esa osadía que podría darles el acceso a lo memorable. Tampoco el escenario parece el propicio para la evolución de sus personajes, un aspecto en el que también resulta inmovilista y en el que solo la humanidad de Simon Pegg puede hacer olvidar una perezosa recuperación de Luther Stickell (Ving Rhames) o la reducción a la mínima expresión del debate sucesorio que implica a Ethan Hunt (Tom Cruise) y William Brandt (Jeremy Renner).
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