«Está llena de las mejores intenciones y algunas buenas ideas a la hora de revisar los parámetros de la historia canonizada por Disney»
«Maléfica»
(«Maleficent», Robert Stromberg, 2014)
Texto: JORDI REVERT.
Consolidado el mito y repetida la historia mil y una veces, la mercadería de las historias exige un cambio (no tan radical) en la conversación. El universo Disney se ha visto expandido en secuelas y versiones adultas de los cuentos que se apropiaba para una memoria colectiva en animación bidimensional. Ahora, además, decide recontar el relato desde un atractivo cambio de perspectiva: quizá consciente de la fascinación y traumas que han generado sus villanos en la infancia de varias generaciones de espectadores, hace a uno de ellos el ambiguo héroe de la función.
«La bella durmiente» («Sleeping beauty», Clyde Geromini, 1959) pasaba por ser uno de los más seductores títulos de la compañía, una película de una extraña densidad onírica con una antagonista que se perfilaba estremecedora entre el erotismo y la muerte. Aquella Maléfica de enormes cuernos y pómulos afilados hoy se reencarna en una Angelina Jolie con el gesto fijo entre la ira y el instinto maternal. Debut tras la cámara del artista de efectos visuales Robert Stromberg, su «Maléfica» está llena de las mejores intenciones y algunas buenas ideas a la hora de revisar los parámetros de la historia canonizada por Disney: se erige a la vez como precuela y como (re)versión, en la que la presunta malignidad del personaje se funda en una herida de amor y en la que cabe más luz en la oscuridad de un bosque de espinos que en el antaño reluciente castillo real. De alguna manera, esa inversión de papeles es lo más interesante de la película, un giro lo bastante sorprendente como para diluir las líneas entre el bien y el mal e incluso cuestionar el tradicionalmente impoluto retrato de la monarquía, con un príncipe despojado de su papel salvador –insulso Brenton Thwaites– y un rey con un pie en el despotismo y otro en la locura –Sharlto Copley, a un paso del encasillamiento histérico–.
Sin embargo, y pese a sus estimulantes atrevimientos, «Maléfica» acaba siendo una obra más pendiente de encandilar al fan del género fantástico con inclinaciones por lo feérico y gusto burtoniano. Esto quiere decir que, una vez más, el despliegue de efectos visuales –impecables, por otra parte– acaba optando por el camino del brumamiento espectacular antes que permitir la progresión de lecturas prometedoras, que aunque insinuadas, no impiden que el conjunto acabe dejando cierta sensación de «blockbuster» adocenado.
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Anterior crítica de cine: “Viva la libertà”, de Roberto Andò.