“En lugar de caer en el melodrama fácil al retratar a un antihéroe en declive, aquí se recurre acertadamente a la comedia negra, insistiendo en lo cargante y pomposo del protagonista”
“La sombra del actor” (“The humbling”)
Barry Levinson, 2014
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
Resulta imposible no pensar en “Birdman” (Alejandro González Iñárritu, 2014) durante los primeros minutos de “La sombra del actor”, en los que Simon Axler, un intérprete en decadencia, habla consigo mismo en un teatro justo antes de salir a escena. Sin embargo, y a pesar de combinar también la realidad con la imaginación de su protagonista, aquí los secundarios, tan llamativos en “Birdman”, quedan ocultos tras una fascinante introspección del protagonista fruto de la maestría de Al Pacino. No cuesta nada creerse al actor entrando en la espiral de confusión que presenta la película e incluso es fácil considerar que pueda existir un cierto nivel de auto-reflexión en su actuación.
“La sombra del actor”, basada en la teatral novela “La humillación” (“The humbling”) de Philip Roth, presenta un irremediable ocaso y la consecuente dificultad para convivir con la pérdida de las propias capacidades. En lugar de caer en el melodrama fácil al retratar a un antihéroe en declive, aquí se recurre acertadamente a la comedia negra, insistiendo en lo cargante y pomposo del protagonista. La extraña y delirante relación que establece con la manipuladora y problemática Pegeen (Greta Gerwich) funciona precisamente para que la empatía con el personaje de Al Pacino sólo pueda producirse desde una compasión irónica por la inocencia y patetismo con que se (auto)engaña.
Y es la confusión de la situación de Simon Axler respecto a su entorno inmediato lo que mejor consigue reflejar “La sombra del actor”, recurriendo no únicamente a las habilidades de Al Pacino, sino a traicionar la credibilidad del espectador mostrándole el punto de vista de un protagonista trastornado del que tal vez no debería fiarse. De ahí que el film busque siempre lo anómalo e inverosímil, haciendo uso de gran cantidad de encuadres torcidos, jugando con las sombras y empleando elipsis narrativas apenas coherentes, a lo que se suma la aparición de personajes insólitos que llevan a situaciones cada vez más esperpénticas. A enfatizar este inteligente (aunque hemos de reconocer que no absolutamente original) recurso ayuda el uso continuo de la voz en off del propio personaje, sin que nunca quede claro si piensa en voz alta, si habla consigo mismo o si relata esta alterada existencia a su cada vez más preocupado terapeuta.
El conjunto, aunque no resulte novedoso en estilo y dependa tal vez en exceso de un Al Pacino en estado de gracia, sí consigue trasladar a la audiencia los delirios y absurdos de la imparable decadencia de alguien que piensa que una vez lo tuvo todo y no puede asumir que ya no tiene nada, ni siquiera a sí mismo.
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