Cine: «La sombra de los otros»

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«Como se trata de un producto comercial, de un vacuo pasatiempo con el que sobresaltarnos, ¿para qué vamos a discutir los mensajes subliminales? A pasar el rato y ya está, a desconectar, que hoy no dan fútbol por la tele. Pues no.»

«La sombra de los otros»
(Shelter, Måns Mårlind & Björn Stein, 2010)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

Noche tormentosa. Un señor medita contemplativo ante un ventanal coronado por una vidriera de arcano indescifrable. La cámara se desliza por un buró sobre el que yacen fotografías de jóvenes víctimas junto a las de un asesino disfrazado de actor secundario Bob. Documentos e informes varios nos permiten intuir la gravedad del asunto. Vamos atando cabos. Un teléfono espera ser descolgado. Sin detener el coreográfico movimiento la cámara cambia el ángulo y distinguimos ciertos individuos reunidos en un gran despacho. Este dinamismo se detiene reencuadrando a Julianne Moore, sentada, dirigiendo su parlamento al espectador y flanqueada de forma opresiva por dos figuras que escuchan en un segundo término. Traguen saliva, que nadie se tire un pedo, rostros ásperos escuchan con estricta atención las resolutivas tesis de la psiquiatra en criminología Cara Harding (Julianne Moore).

Con el compás del virtuoso primer movimiento de cámara recorremos la asfixiante sala en la que se decide la vida de un hombre. Una elección formal transfigurada en epítome de la reaccionaria homilía que se maneja en lo que queda de película; tan sintética en su función narrativa como volátil es la observancia de la ley que faculta la pena de muerte –por supuesto que un fallo tan comprometido debe consensuarse con peritos instruidos en la docta materia de ajusticiar a un pobre desgraciado–. El consternado dictamen de Cara Harding, acompañado de llorera (también tiene su corazoncito), no admite dudas. El acusado es un señor muy malo al que Guantánamo se le queda pequeño. Directo a la caldera de Pedro Botero.

A ver si lo hemos entendido bien. La pena capital es el último recurso, triste final que se aplica sólo a los más pérfidos villanos. Si en caliente soy capaz de cargarme a mi vecino porque su perro se mea en el portal ya ni les queremos contar cuando nos tocan la vena sensible. Con esos depravados abusando de inocentes niños no hace falta ni presionar (compositivamente hablando) a la señorita Harding para que ratifique la sentencia.

Esta es la ideología que a priori defienden consciente o inconscientemente el dúo de directores suecos Måns Mårlind y Björn Stein en «La sombra de los otros». Incertidumbre que nos sobrevuela como un cernícalo porque no llega a quedar claro (me imagino que a ellos tampoco) el posicionamiento que adoptan en lo que cuecen como thriller de entretenimiento puro y duro en el resto del metraje.

Como se trata de un producto comercial, de un vacuo pasatiempo con el que sobresaltarnos, ¿para qué vamos a discutir los mensajes subliminales? A pasar el rato y ya está, a desconectar, que hoy no dan fútbol por la tele.

Pues no, cojones. Una cosa es tragarse mil veces cada episodio de «El Coche fantástico» con tal de ver a un pecho lobo ochentero de los que quedan pocos y otra historia es toparse con la misma estructura de guion: una protagonista que se cuestiona todo menos el castigo que hemos mencionado anteriormente; un mentor de avanzada edad al que le quedan dos telediarios; una hija que pronto se convertirá en objetivo fácil del iracundo antagonista; un asesino enajenado y poseído por una maldición de origen sobrenatural con la que justificar toda truca o fanfarria efectista; y finalmente, el llamamiento a la fe que en los días que corren se avista como mejor trinchera. Ah, y el desenlace abierto que no falte para darle cancha a las temidas secuelas.

Con la incursión del thriller en el terreno de las posesiones infernales se consiguen dos cosas. Engrandecer el enfrentamiento entre personajes principales y ocultar todo defecto de guion que explique las motivaciones del homicida. Aquí no hay medias tintas, hay que ponerse del lado de Intereconomía. Si no lo entendemos así tenemos un problema.

«La sombra de los otros» sí que presenta algún componente original (más o menos, porque José Luis Moreno ya lo había patentado antes) que permite ampliar de forma tímida la complejidad de los “personajes” encarnados por Jonathan Rhys Meyers; bastante convincente en sus histriónicos roles, a diferencia de Julianne Moore, a quien no se le acaba de ver cómoda en tan sórdido largometraje.

Que hay películas peores… Pues sí.

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Anterior entrega de cine: “Plastic planet”, de Werner Boote

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