“La película supone un pesimista eslabón en el futuro de la ciencia-ficción distópica. No hay imagen en ella que no esté vaciada de sentido, amodorrada hasta el tedio”
“La serie Divergente: Insurgente” (“The Divergent Series: Insurgent”)
Robert Schwentke (2015)
Texto: JORDI REVERT.
“Divergente” (“Divergent”, Neil Burger, 2014) constató junto con otros títulos una gris realidad del Hollywood actual: el blockbuster juvenil puede poner sobre la mesa temas como la revolución o la disidencia sin realmente sentirlos, es decir, sin abandonar las caligrafías más conservadoras del mainstream que adocenan un mensaje supuestamente subversivo. Su continuación, “La serie Divergente: Insurgente” retoma la saga basada en las novelas de Veronica Roth para dar un paso más hacia el vacío. Los temas siguen sobre la mesa, pero ya ni siquiera ocupan el centro de la conversación. Dicho de otra manera, la secuela dirigida por Robert Schwentke se preocupa más por analizar el tortuoso paso a la madurez moral de una heroína inerte –una Shailene Woodley sin carisma− que por hablar de la insurgencia que anuncia el título, la cual ha pasado a ser un mero elemento del paisaje.
La película supone un pesimista eslabón en el futuro de la ciencia-ficción distópica. No hay imagen en ella que no esté vaciada de sentido, amodorrada hasta el tedio. En el extremo opuesto al montaje soviético y las escaleras de Odessa, “La serie Divergente: Insurgente” ha conseguido una victoria definitiva: cine sobre minorías para ser consumido por las masas sin riesgo de que estas salgan de la inopia. En lugar de personajes, hay rostros inexpresivos y actores insulsos. En lugar de ideas, hay acción ejecutada sin alma ni inventiva. Ni siquiera los apuntes hacia lugares más oscuros como la muerte –siempre limpia y/o fuera de plano− o el coste psicológico de la revolución sobrepasan el mero enunciado. En esta nueva tesitura, ya no tiene sentido hablar de un director detrás de la obra, porque tanto daría que la hubiera dirigido un Robert Schwentke que un Francis Lawrence o un Neil Burger. Sólo podemos hablar ya de una película producida, cuyo estéril resultado final estaba ya premeditado de antemano, y que equivale a la traducción audiovisual del best-seller de aeropuerto.
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Anterior crítica de cine: “Starred up”, de David Mackenzie