Cine: “La señal”, de William Eubank

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“Insinúa un poderoso apetito de William Eubank por incomodar y sorprender sin descanso al espectador, algo que sin duda consigue”

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“La señal” (The Signal)
William Eubank (2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En el éxtasis de “Chronicle” (Josh Trank, 2012) se tambaleaban los cimientos no solo de la ciudad de Seattle, sino también de la propuesta formal de Trank: el metraje encontrado en el que se encontraban los cómics de superhéroes, Jackass y Akira veía cómo se deshilachaba su coherencia en cada paso hacia la destrucción total. Con todo, la película se esforzaba por aferrarse al planteamiento inicial incluso echando mano de cámaras de aparcamientos y otros forzados puntos de vista. Pasado el primer tramo de “La señal”, lo que parecía una “road movie” con aires “teen” releva una puesta en escena común para que sea la cámara en mano la que nos narra la desconcertante transición hacia el terreno de la ciencia-ficción. El pasaje, que de nuevo acomete un cambio de registro –los códigos del terror en directo herederos de “El proyecto de la bruja de Blair” (The Blair Witch Project, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999) se adueñan de la escena– se revelará después como una excepción y preámbulo al barroquismo que dominará la cinta de ahí en adelante.

Ese cambio de juego que por dos veces acomete “La señal” solo en su primera media hora da una idea de la escasa voluntad de su director por limitarse a una sola piel, más allá de cualquier vocación de cohesión visual. También insinúa un poderoso apetito de William Eubank por incomodar y sorprender sin descanso al espectador, algo que sin duda consigue en su progresiva inmersión en un microuniverso completamente desnortado. En las secuencias subterráneas en las que los personajes luchan por superar un contexto que les es ininteligible, Eubank demuestra buena mano para proponer ambientes claustrofóbicos y diálogos enervantes. Es en esos momentos en medio de la desorientación cuando el film se ofrece más prometedor. En su último tercio, sin embargo, este sube a la superficie en busca de una poética barroca en la que la imagen ralentizada busca la síntesis de los sucesivos clímax. En ese in crescendo de formas de nuevo contradictorias debería destilar la diversión liberadora de la acción desatada, pero lo que predomina es una sensación de desinflamiento bajo la enrarecida pirotecnia. Con todo, y pese a los constantes quiebros del relato, uno llega a su conclusión en un permanente estado de adictiva curiosidad que culmina en una ruptura total de todos los límites. Y lo que hay al otro lado es lógico, pero en buena medida decepcionante: la escalada chiflada de ese cine en transformación acaba justificándose en última instancia en la explicación más fácil y menos estimulante. Aquella que reduce las aparentes complejidades del puzle a la (demasiado) evidente suma de las piezas.

Anterior crítica de cine: “The interview”, de Evan Goldberg y Seth Rogen.

 

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