«Tornatore pone en evidencia la mercantilización del arte, descubriendo las especulativas apariencias que envuelven las estrategias de coleccionismo privado»
«La mejor oferta»
(«La migliore offerta», Giuseppe Tornatore, 2013)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
¿Qué tenemos aquí? ¡“El descarnado” otra vez! Hombre no me jodas, no hay manera de que salga el cabrón del Tigorr. Bueno, pues nada, cámbiamelo por el “Icterio volador”, que tampoco lo tengo…
La adquisición obsesiva se convierte en enfermedad cuanto más difícil se presenta el reto, cuanto más comprometido se antoja el desafío de completar un exoesqueleto material que consiste, principalmente, en amontonar “cosas”, a cualquier precio. El siguiente paso radica en la creación de una vitrina que recuerde la conquista del empeño. Pero la construcción de la estantería demanda cierta preparación, basada en una escrupulosa organización taxonómica, un arreglo por categorías y órdenes, con lo que quedan excluidos de estas distinciones galerísticas todo coleccionista de seso juvenil que vive en la clandestinidad. Ya nos gustaría clasificar por volúmenes (se aceptan dobles alcances) los kilos y kilos de «Club seventeen» y «Penthouses» que coexisten debajo del catre.
En virtud de los fundamentos monomaníacos que conducen al fingimiento en la conducta, se estrena “La mejor oferta”, con un estelar Geoffrey Rush en el papel de Virgil Oldman subastando el arte en beneficio propio; lo que no deja de ser una perogrullada como un templo atestado de fariseos. El “completismo” que persigue el romántico Virgil fija su pasión en los retratos de exquisitas y atemporales vestales, pinturas que mantiene celosamente cautivas en la región más recóndita de su codicia. Para consumar el expolio –antes de conocer a su particular Tita Cervera– se servirá de la complicidad de Billy Whistler (caracterizado por un Donald Sutherland ligeramente desaprovechado), pintor de retaguardia que cumple también una doble función, saltando en el circo de pujas a la suerte que marca el martillo de Virgil.
El guion apenas presenta huecos, comenzando por el maquillado del sicofante. Virgil es el centro superficial que expone con pulcritud los estatutos críticos adheridos al tema central. La altanería requiere del rito para tomar una distancia frente a los demás. El premiable y completo trabajo de atrezzo posibilita la formación de una costra social con pretensiones clasistas. Más que un ejercicio de rejuvenecimiento, teñirse el pelo supone un acto de encubrimiento. Hay una firme posición social que mantener. A favor de la imagen nos meteremos un palo de escoba por el culo para cabalgar tan recto como el Cid sin derramar una sola gota de champán.
Estos son los basamentos con que los Giuseppe Tornatore pone en evidencia la mercantilización del arte, descubriendo las especulativas apariencias que envuelven las estrategias de coleccionismo privado. Probablemente adivinemos demasiado pronto quién y qué se esconde tras la pintura. Con toda seguridad averiguaremos el fácil desenlace con el pronunciamiento de pistas tipificadas por el thriller de manual… Pero, ¿no habíamos quedado en que también nos molestaba el giro inesperado? “La mejor oferta” retarda el resultado, pero no molesta, porque todas las pinceladas, tanto las torpes como las delicadas, obedecen a la naturalista intención de desnudar al más rufián.
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Anterior entrega de cine: “Crulic, camino al más allá”, de Anca Damian.