«Indoblegable es la irreverencia del chileno cuando se trata de pasarse por los huevos todo precepto moral o convención cinematográfica»
«La danza de la realidad»
(Alejandro Jodorowsky, 2013)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
Ya se te aparecen, arrimadas sobre el hombro, unas Erinias malhumoradas alentando la venganza, mientras tanto sobre el otro, equilibrando la balanza, exhibe su actitud abierta al mundo Jodorowsky el psicomago, expulsando la ira dejada por el ascendiente genealógico con la taumaturgia de la fantasía, a la par que profesa una babilónica charlatanería.
Indoblegable es la irreverencia del chileno cuando se trata de pasarse por los huevos todo precepto moral o convención cinematográfica. No se apuren ni se indignen si “La danza de la realidad” es una misma, autobiográfica a pecho descubierto, sin pulimento estético para mostrar con ostento el símbolo desnudo.
Sucedió que en Tocopilla, Sara (Pamela Flores) lloraba porque Jaime Jodorowsky (Brontis Jodorowsky) y su hijo Alejandro (Jeremias Herskovits) se repelían. Sucedió en Tocopilla, “doble cuadrado sagrado” a orillas del Pacífico, que la realidad danzaba con un compás marcado por la excepcionalidad de los tocopillanos. No pudo el guano del dictador Carlos Ibáñez sepultar el talento de los Jodorowsky para agitarse en la vida como peces salidos del océano, padeciendo pero todavía respirando. Sucedió que en Tocopilla, el misticismo convivía con la religión en una fragua de nitrato de potasio multicultural. No pudo salir de otro sitio el hijo del Metabarón.
Con “La danza de la realidad” visualizamos solo un fragmento del film interior de Alejandro Jodorowsky. No posee la misma capacidad de engendrar imaginación que el relato literario, pero muestra el origen del universo diegético del polifacético Alejandro, que nunca abandonará su patria, si siquiera para convertirse en el “angelorum” de Nicanor Parra.
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Anterior crítica de cine: “El amor no es lo que era”, de Gabriel Ochoa.