“‘La chica danesa’ es el ejemplo perfecto de filme oscarizable, para bien y para mal. Para bien, porque a pesar de todo la película nunca aburre y resulta entretenida, es visualmente preciosa y está muy cuidada a nivel de dirección artística (nótense, especialmente, el exquisito vestuario y la recreación de los cuadros). Para mal, el resto”
“La chica danesa”
Tom Hooper, 2015
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
En algún momento del pasado reciente, “biopic” pasó a ser un término negativo. El subgénero dedicado a presentar la biografía de un personaje histórico juega habitualmente a simplificar las circunstancias y las personalidades con el fin de crear una figura amigable, simpática, con fuerza de voluntad para superar los problemas por sí misma, que posibilite la empatía del espectador y, sobre todo, que le gane a su actor principal una o varias nominaciones a los grandes galardones de la temporada.
Nadie puede negar que Eddie Redmayne sea uno de los mejores intérpretes del Hollywood actual. Pero lo que tampoco puede negarse es que “La chica danesa” es el ejemplo perfecto de filme oscarizable, para bien y para mal. Para bien, porque a pesar de todo la película nunca aburre y resulta entretenida, es visualmente preciosa y está muy cuidada a nivel de dirección artística (nótense, especialmente, el exquisito vestuario y la recreación de los cuadros). Para mal, el resto.
Sería injusto no destacar las actuaciones de Eddie Redmayne como Einar y Lili, y de la sueca Alicia Vikander, probablemente el gran ascenso al estrellato del pasado 2015, que aquí interpreta a Gerda, la sentida y sacrificada esposa de Einar. Aun así, las interpretaciones parecen demasiado centradas en el manierismo de Einar y Lili, y mucho menos en el conflicto, depresión o drama derivado del sufrimiento de una disforia de género. Al mismo tiempo, no podemos dejar de sorprendernos y agradecer la aparición de historias de este tipo en el cine más comercial, películas que no traten de travestismo por necesidad con el fin de generar comedia (por mucho que nos gusten los grandes clásicos como “Con faldas y a lo loco”), sino que profundice un poco más en lo que es un problema de identidad o identificación.
Sin embargo, la excesiva candidez, paciencia y dulzura de los personajes resulta en exceso tradicional y clásica y deriva en un sentimentalismo extremo que limita el potencial normalizador de la adaptación cinematográfica de una historia con tanto poder como esta, convirtiéndola en una máquina de generar lagrimones (y estatuillas). Los personajes son reducidos a los clichés que podemos encontrar en casi cualquier otro “biopic”. De esa manera, la compleja y fascinante historia de Einar Wegener se ve absorbida, masticada y devuelta en la forma de la película más generalista, plana y poco original que uno pueda imaginar.
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Anterior crítica de cine: “El hijo de Saúl”, de László Nemes.