“Haeb, responsable del guion y la realización, no cae en la tentación del retrato extremo o la compasión facilona, y perfila el carácter de Lynn con precisión pero sin recurrir a la caricatura”
“La camarera Lynn” (“Das zimmermädchen Lynn”)
Ingo Haeb, 2014
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Existe cierta corriente en el cine alemán y austríaco contemporáneo en la que las películas se caracterizan por una frialdad inusitada, con una puesta en escena casi aséptica que distancia al espectador de lo que está viendo, tal vez con la idea de que los juicios de valor sean más difíciles de emitir. Baste recordar la trilogía “Paraíso” (“Paradies: Liebe”, 2012; “Paradies: Glaube”, 2012; “Paradies: Hoffnung”, 2013) de Ulrich Seidl, la impactante y desgraciadamente desconocida “Camino de la cruz” (“Kreuzweg”, 2014) de Dietrich Brüggemann o, sin ir más lejos, gran parte de la filmografía de Michael Haneke, sin duda el principal referente cuando pensamos en cine germano de los últimos tiempos.
“La camarera Lynn” (“Das zimmermädchen Lynn”, 2014) presenta menos implicaciones sociales que en los films de Haneke y no tiene la crudeza visual de Seidl, pero comparte con estos modelos un empaquetado visual que los emparenta de forma evidente. Rodada con planos largos, con movimientos de cámara cuidadosamente dosificados y sin recurrir jamás al primer plano, el filme aleja deliberadamente al espectador de la protagonista, Lynn (Vicky Krieps), una camarera de hotel de la que adivinamos un pasado marcado por la soledad y la enfermedad mental, y cuya conducta se ha ido reprimiendo hasta manifestarse en un trastorno obsesivo-compulsivo y en la incapacidad de mantener unas relaciones normales.
Sin embargo, Ingo Haeb, responsable del guion y la realización, no cae en la tentación del retrato extremo o la compasión facilona, y perfila el carácter de Lynn con precisión pero sin recurrir a la caricatura. El buen hacer de Vicky Krieps ayuda a construir un personaje de pocas palabras que tiene que expresarse a través de sus acciones, necesitado de llenar su vacío interior a base de husmear en las posesiones ajenas, de contemplar el teatro humano desde una rendija. Un mundo del que Lynn es testigo pero del que no participa, hasta que se cruza en su camino la persona más inesperada.
La película empieza con una sesión de psicoanálisis en la que Lynn relata a su terapeuta cómo de niña su madre le aseguró que una caracola contenía el mar en su interior. Cuando Lynn se dio cuenta de la verdad, descubrió que todo en la vida es mentira. Desde entonces, podemos imaginarla tratando de encontrar pequeñas verdades en las miserias que invaden nuestra vida cotidiana, sobreviviendo sin un objetivo claro y aferrándose a una de las pocas seguridades que podemos tener: después de limpiar, todo vuelve a ensuciarse.
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Anterior crítica de cine: “The end of the tour”, de James Ponsoldt.