“La película de Matthew Vaughn no se sitúa en la parodia de ese cine de acción ideado como fantasía masculina y hedonista, sino en su comentario gozoso de dialogar con la tradición”
“Kingsman: Servicio Secreto” (“Kingsman: The Secret Service”)
Matthew Vaughn (2014)
Texto: JORDI REVERT.
A toda mitología le llega el momento de su visión apócrifa, su representación profana. En el caso de James Bond, esto resultaba algo más complicado en tanto que el personaje, creado por Ian Fleming y celebrado en el cine desde mediados de los años 60 en adelante, ya incorporaba la ironía como rasgo intrínseco de su genoma. Esto, por supuesto, no iba a impedir que los caminos inescrutables de la cultura pop dieran con la revisión en clave de parodia, desde la colectiva “Casino Royale” (Ken Hughes, John Huston, Joseph McGrath y Robert Parrish, 1967) a la trilogía de Austin Powers. En el último caso, el trasunto idiotizado de 007 encarnado por Mike Myers nunca se alejaba demasiado de su referente. De hecho, su comedia solo podía leerse en función de éste, pues se mantenía a un paso de los gestos y lugares comunes que parodiaba.
En una escena de “Kingsman: Servicio secreto”, el cabeza de la agencia titular al que interpreta Michael Caine pregunta al protagonista, Taron Egerton, cómo ha llamado a su perro. Este le contesta que J.B., y el primero especula con el significado de las iniciales: ¿James Bond? No. ¿Jason Bourne? Tampoco. Las siglas corresponden a Jack Bauer. Este apunte, lejos de ser anecdótico, describe a la perfección dónde se sitúa la película de Matthew Vaughn: no en la parodia de ese cine de acción ideado como fantasía masculina y hedonista, sino en su comentario gozoso de dialogar con la tradición. Un estadio en el que el director puede divertirse trasteando con las piezas de ese universo flemingiano mientras el género oficial busca vías para reinventarse –el mencionado Jason Bourne, el Bond post-Bourne−. Mientras eso sucede, él opta por sustituir al espía más famoso de la ficción universal por un adolescente de extrarradio a imagen y semejanza de Cristiano Ronaldo. En medio de un grupo de superagentes británicos cargados de flema y buen gusto. Con un perro carlino como mascota. Y esto es solo el punto de partida hacia una deconstrucción mucho más salvaje, libre y pletórica de inventiva de lo que uno podría llegar a imaginar desde su sinopsis.
Porque “Kingsman: Servicio secreto” es la adaptación de la esencia Mark Millar que “Wanted – Se busca” (Wanted, Timur Bekmambetov, 2008) no supo ser. Es Matthew Vaughn rebozándose en la arena de la promiscuidad pop y reinventando la lógica vertiginosa del plano-secuencia de acción al ritmo de Lynyrd Skynyrd. Y es el cine acercándose a los recursos visuales y trazos de una parte del cómic, tanteando los placeres de la loca hibridación. Si no fuera porque la insulsez interpretativa de Taron Egerton impide que el conjunto vuele (todavía) más alto, seguramente estaríamos hablando de uno de los blockbusters más intachables y carismáticos de los últimos tiempos.
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Anterior crítica de cine: “El francotirador”, de Clint Eastwood.