“Recupera a la perfección todas las fórmulas spielbergianas y el espíritu del cine de aventuras ya clásico del que quiere ser continuación a la par que emulación”
“Jurassic World”
Colin Trevorrow, 2015
Texto: ELISA HERNÁNDEZ.
“Jurassic World” lo tenía muy difícil. Por una parte se enfrenta a un público complicado que, como ocurre con los propios visitantes al parque de la película (“Los dinosaurios ya no impresionan a nadie”, dice acertadamente el personaje de Bryce Dallas Howard), está acostumbrado a exigir cada vez más espectáculo. Más grande, más colores, más acción, más dientes. Por otra, se apoya en una franquicia y sobre todo un film, “Jurassic Park” (Steven Spielberg, 1993), considerado por muchos un clásico del cine de entretenimiento e idealizado hasta la obsesión por toda una generación. De ahí que los precedentes que le servirán para hacer una enorme y lucrativa taquilla son los mismos que podrían predisponer a su público potencial a algún que otro prejuicio negativo.
Por esta misma razón, “Jurassic World” no llega a las cotas de originalidad e impacto que “Jurassic Park”, pero es que, y esto ha de quedar claro, tampoco lo intenta. El filme, protagonizado por ese nuevo “chico para todo” de Hollywood que es Chris Pratt, sabe perfectamente de dónde viene y se aprovecha de ello al máximo. Llena de guiños para todos aquellos que reconoceríamos en cualquier sitio los diálogos, escenarios y objetos de la película de 1993, sólo los fans muy acérrimos y predispuestos a la crítica podrán quejarse de traición a una saga que, recordemos, ya tuvo un leve tropiezo con “Jurassic Park II: El mundo perdido” (Steven Spielberg, 1997) y un enorme batacazo con “Jurassic Park III” (Joe Johnston, 2001).
La película consigue el equilibrio perfecto entre la nostalgia y la novedad (apoyándose además en unos impresionantes efectos especiales) como para saber atrapar lo que hace singular a la franquicia sin dejar atrás a aquellos que no están familiarizados con las anteriores. ¿Cómo? Recuperando a la perfección todas las fórmulas spielbergianas y el espíritu del cine de aventuras ya clásico del que quiere ser continuación a la par que emulación: un héroe casi (¿demasiado?) perfecto, malos muy malos con terribles y egoístas intenciones, frases lapidarias en los momentos adecuados y una narración estructurada como una montaña rusa emocional.
Ese cine que nos levanta del suelo, nos hace reír un segundo y contener el aliento al siguiente, vivir una aventura sin salir de la sala y hacernos soñar durante dos horas. Son pocos los filmes que tienen estas cualidades, pero cuando lo consiguen el resultado es casi mágico. Tal vez dentro de unos años nadie recuerde “Jurassic World” con el cariño con el que muchos rememoran “Jurassic Park”, pero, sin duda, la película es todo acierto.