«Ni memorable ni brillante, pero sí sobradamente solvente en su calidad de entretenimiento estival»
«Hércules»
(«Hercules: The thracian wars», Brett Ratner, 2014)
Texto: JORDI REVERT.
A priori, los mimbres de los que parte «Hércules» no parecían muy prometedores: una olvidable novela gráfica de Steve Moore y Admira Wijaya para Radical Comics en la que los puntuales estallidos de locura macarra no compensaban el apelmazamiento narrativo ni la falta de sentido del espectáculo visual, tan lejos del «300» de Frank Miller y Lynn Varley; y la presencia de un director tan poco interesante como Brett Ratner, impersonal oficinista de Hollywood capaz de torcer el buen rumbo de la saga X-Men –su «X-Men: La decisión final» («X-Men: The last stand», 2006) destrozaba el camino andado por Bryan Singer– o construir comedias a base de lugares comunes –la mediocre «Un golpe de altura» («Tower heist», 2011)–.
Sorprendentemente, su «Hércules» tiene ideas para ser todo lo que su original no supo ser y para encontrar su lugar entre el «blockbuster» de serie B a lo Stephen Sommers. Ratner, aun en clave de leyenda contada en diferido, no tiene miedo ni a poner imágenes a la mitología más inverosímil –alguna de las ilustraciones de los «12 trabajos de Hércules»–, ni tampoco a adentrarse en movedizos terrenos tocantes con el péplum más alocado, reafirmado en el hipertrófico cuerpo de Dwayne Johnson como actualización de los de Steve Reeves y Gordon Scott.
En una de sus secuencias más inspiradas, el director propone una batalla que comienza como un Apocalisis zombi y deriva en la épica de la estrategia en el fragor de la lucha. Es probablemente el momento más estimulante en un largometraje que dedica buena parte de sus esfuerzos a debatirse entre lo real y lo legendario del héroe, para finalmente decantarse por lo último con un golpe sobre la mesa propio del cine más desinhibido. Cierto que en su segunda mitad la narración pierde algo de fuelle y que seguramente otro cineasta hubiese arriesgado más en la apuesta. Pero no lo es menos que tanto la presencia de Johnson –quizá no sea un gran actor, pero sí uno lleno de carisma– como la de unos secundarios-mercenarios que son todo un acierto de casting –Rufus Sewell y Ian McShane son una garantía– llevan en volandas al espectador a través de una película no memorable ni brillante, pero sí sobradamente solvente en su calidad de entretenimiento estival.
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