Cine: «Headhunters», de Morten Tyldum

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«Resulta una elección más que satisfactoria para extirpar el aburrimiento; no está en la órbita de éter de los Cohen porque juega con fichas en exceso manidas»

 

«Headhunters»
(«Hodejegerne», Morten Tyldum, 2011)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.
 

 

Como un sistema de poleas, con los últimos compases del verano, los estrenos cinematográficos se multiplican para levantar el ánimo de un espíritu que se contrae con la vuelta al trabaj… No, mejor comencemos de nuevo.

Como un sistema hidráulico (definitivamente apostamos por una mecánica lubricada), agotándose la estación estival, la cartelera cinematográfica redobla esfuerzos inyectando optimismo a quienes decimos adiós al tren que se aleja por el libidinoso túnel del deseo.

En efecto, otro verano sin follar y con todo el tiempo del mundo para lamentarnos. Así se presenta el infecundo panorama que espera a un elevado porcentaje de la población activa en la región que limita con Europa por los Pirineos.

Pero no todo son malas noticias. Finales de agosto, principios de septiembre: se aproximan por vías secundarias el cine, los coleccionables de quiosco o la liga de fútbol profesional; esencias vitalistas que permiten reunir coraje para seguir sobreviviendo y restaurar esperanzas con la misma naturalidad que regenera su cola una lagartija.

Con tanta torta que nos están dando, antes de ponernos a cocinar un buen Cristo y pagarlo con el mobiliario urbano, enfriemos la sangre introduciendo nuestro cuerpo en una gélida sala de multicine, a ver si así se nos pasa el bochorno con el aire acondicionado a todo trapo.

Ocurre que nos podemos topar de bruces con «Headhunters», que también nos habla de instintos primarios y de animales acorralados, heridos en su autoestima. El planteamiento –recurrente y periódico– evidencia al individuo codicioso que proyecta una imagen lo suficientemente alargada para conquistar lo inasequible. Coño, ¿a alguien le suena esto de algo?

La comedia fúnebre de los hermanos Cohen («Sangre fácil», 1984; «Fargo», 1996; «El gran Lebowski», 1998; un largo etcétera…) transfigura al héroe clásico en una suerte de antihéroe que destaca por gastar una percha ridícula en cuerpo y alma a la vez que se ve superado por los acontecimientos. En otras palabras, el protagonista es uno de los nuestros. Un tipo corriente, terrenal y vulgar. Cuanto más ordinarios sean sus movimientos, imprudentes sus acciones y accidentales sus progresos a lo largo del desarrollo del relato, más efectivos resultan los procesos de empatía. Todos hemos respirado alguna vez bajo la forma de un microbio, así que la tenacidad y la obstinación de Sísifo por seguir adelante acaban por humanizar al más despreciable de los individuos.

Morten Tyldum, aplica estas mismas nociones en «Headhunters», confiriendo a un desabrido personaje rasgos físicos impopulares que rápidamente devendrán en cariñosos y compasivos defectos. Roger Brown (Aksel Hennie) es un tipo más bien feo, de corta estatura y con la misma mirada de barbo que le aporta la poca agraciada fisonomía del alter ego noruego de Steve Buscemi. Roger Brown se enreda porque vive con la mierda al cuello (literalmente) mientras intenta sostener por los pelos la suntuosa existencia que lleva. Los frutos que le proporciona su destacada posición laboral como selección de personal de ejecutivos no parece alcanzarle, así que se atribuye una «second life» como ladrón de obras de arte. Esta será la puerta por la que entrará el conflicto principal. El gran enredo comienza a rodar por la pendiente arrollando hasta la ternilla más anónima de la oreja del protagonista.

El entretenimiento consiste en ver al sparring levantarse una y otra vez como si de un Harold Lloyd se tratara sin poder zafarse de su enemigo (explicación que se apoya en el curioso mcguffin de los transmisores microscópicos).

«Headhunters» resulta una elección más que satisfactoria para extirpar el aburrimiento; no está en la órbita de éter de los Cohen porque juega con fichas en exceso manidas, pero reconozcámoslo, estos elementos se distinguen como funcionales en su finalidad: una chica guapa que no es lo que parece, policías torpes, barrocas defunciones que regurgitan comicidad, estrafalarios compinches como digestivos contrapuntos,… Argumentos todos ellos que se dosifican sugestivamente para hilar un tono comedido dentro del reducido marco que estas alocadas puestas en escena nos pueden facilitar. Quizá el desenlace se atraviese torpemente, pero para entonces, el descenso helicoidal de Brown nos habrá brindado desventuras lo suficientemente ingeniosas para no tenerlo en cuenta.

Anterior entrega de cine: “Terraferma”, de Emanuele Crialese.

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