«Este ‘Redux’ ya no sienta tan bien, porque afecta a los principios, porque se pliega a las demandas del mercado»
«The grandmaster»
(«Yut doi jung si», Wong Kar-Wai, 2013)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
Volviendo sobre sus pasos, Wong Kar-Wai, faro del cine hongkonés de las tres últimas décadas, decidió reestructurar en 2008 “Ashes of time“ (1994), uno de sus primeros films, el único que incurría en la tradición del “cine wuxia” o género de acción que rota sobre un héroe ducho en artes marciales. La tentativa de otorgar una mayor legibilidad al texto no consiguió transformar el alma de aquella primitiva joya. Sin dejar de resolver desafíos a base de espadazos (“Swordplays”, popularizados en los sesenta por el recientemente fallecido Run Run Shaw), el desplazamiento de los desenlaces bélicos a momentos residuales (el primer gran combate estalla en el minuto 44) respondía a una política de autor que se ha mantenido coherente a lo largo de su filmografía. Wong Kar-Wai enaltecía el patetismo de las cualidades morales y filosóficas de los personajes, imponiendo el tono lírico y reflexivo en el desarrollo argumental, estilizando la flema de los escasos duelos con el tiempo analítico, modelando su espectacularidad con el uso del ralentí, el stop-motion y la profusión de planos detalle que obliteraban el virtuosismo de los duelistas. La emoción de la refriega se mantenía intacta no obstante. Esta filosofía expresiva se ha traducido siempre en un barroquismo visual que potencia la viveza de los sentimientos, otorgando emotividad al plano en composiciones y encuadres artificiosamente forzados, en iluminaciones expresionistas secundadas en el grueso de su obra por el director de fotografía Christopher Doyle (“Happy together”, “In the mood for love”, “2046”…).
Las aquiescencias espirituales siguen presentes en “The grandmaster”, película que profundiza en la vida de Ip Man (Tony Leung), maestro de Bruce Lee. Las artes marciales prescinden ahora del sable para centrarse en las acrobacias del Kung-Fu (subgénero generalizado en la década de los setenta) y Philippe Le Sourd toma el relevo de Doyle, ayudando a estucar un ambicioso edificio cinematográfico en el que se pretende la observancia del rigor histórico (la inclusión de intertítulos explicativos evidencian estas reverencias).
Aunque la lucha cuerpo a cuerpo cobra protagonismo desde los minutos iniciales, seguimos reconociendo el estilo de Kar-Wai en “The grandmaster”. Pero la ornamentación ya posee la misma coherencia, y la cohesión de los elementos estilísticos se debilita con su reiteración. Se busca la filigrana de Ang-Lee (“Tigre y dragón”, 2000) pero lo que en realidad se consigue es una acumulación de técnicas que abigarran la coreografía restándole, ahora sí, espectacularidad a cada batalla. En consecuencia, el dramatismo desciende a una languidez anémica que empeora todavía más al entrometerse la exaltación de un patriotismo desmedido, con villanos expuestos sin claroscuros. Este “Redux” ya no sienta tan bien, porque afecta a los principios, porque se pliega a las demandas del mercado.
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Anterior crítica de cine: “A propósito de Llewyn Davis”, de Joel y Ethan Coen.