“Prácticamente toda su narración se sumerge en el líquido mundo de la mentira y el montaje, hasta el punto de poner en duda cada una de sus imágenes”
“Focus”
John Requa y Glenn Ficarra (2015)
Texto: JORDI REVERT.
La larga tradición de películas basadas en maestros del engaño parece no haber hecho mella en un género que no deja de ser prolífico pese a los escasos visos de originalidad: el arte de la estafa, la opulencia como forma de vida, el amor prohibido entre el mentor y la aprendiz. Todos los lugares comunes, estilizados y relucientes cual anuncio de perfume parecen definir “Focus” desde su mismo cartel. Ya en su planteamiento, el filme de John Requa y Glenn Ficarra no oculta su adhesión a esa genealogía del guante blanco en la que se mueve con soltura y de la que apenas se desvía. Genealogía en la que se inscribe con extrema pulcritud, desde el embellecimiento cosmopolita de un escenario habitualmente sucio como es la Nueva Orleans post-Katrina a la exhibición de físicos y armarios de alta gama por parte de un Will Smith y una Margot Robbie igualmente pulidos para la ocasión.
El espectador que acepte de antemano ese desfile casi obsceno de lujo y ostentación se verá reconfortado en el tránsito plácido por cauces ya conocidos. El que busque ir más allá, quizá solo encuentre cierta sorpresa en una estructura ligeramente atípica. Donde otros títulos sobre estafadores se adocenan en un desarrollo tipo coronado por un giro final de 180º, “Focus” prefiere incurrir en un estado constante de desorientación. Prácticamente toda su narración, desde la primera escena a la última, se sumerge en el líquido mundo de la mentira y el montaje, hasta el punto de poner en duda cada una de sus imágenes. En esa tesitura, a Ficarra y Requa les importa menos un gran final y les interesa aquello que ya habían planteado abiertamente en “Phillip Morris, ¡te quiero!” (“I love you Phillip Morris”, 2009) y por otras vías en “Crazy, stupid, love” (2011): los recovecos emocionales de una seducción que acaba incluso desgastando al seductor, atrapado en una incerteza sin fin, y al seducido, fatalmente atrapado en la fascinación. Con todo, y si bien la cuestión está presente, no se puede decir que los cineastas estén cerca de jugárselo todo a una carta, y sí de acomodarse a los estándares de otro vehículo comercial al servicio de Smith.
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