«Es seguro es que pasaremos un buen rato mientras vemos a la estreñida Isabelle Huppert enredarse en un paisaje ocupado por estrafalarios personajes»
«En otro país»
(«Da-reun na-ra-e-suh», Hong Sang-soo 2012)
Por CÉSAR USTARROZ.
El relativismo promueve –entre otros tantos desasosiegos– la contemplación de diferentes realidades, la cita con distintas objetividades, esquejando en el cine una multiplicidad de certidumbres que parten de una historia troncal. Con todas las variantes que podamos imaginar. ¿Verdad que les suena “El año pasado en Marienbad” (“L’annèe dernière à Marienbad”, Alain Resnais, 1961)?
Sabemos de la reiteración con la que el cine independiente se obsesiona con las espirales narrativas, con el revoltijo de tramas (muchas veces endeblemente conectadas) o el reciclaje y entrelazado de personajes en una misma película. A priori este alejamiento de la institucionalidad expositiva o modo de representación institucional desemboca en una desorientación que nos hace remover el culo del sillón. Se resbala la trucha. No obstante, admitan ustedes que la postura del espectador se activa ante estas propuestas. ¿A qué muermo no le gustaba la colección de “Elige tu propia aventura”?
Más que confusión, “En otro país” nos hace sentir la extravagante impresión de estar ingresando en un film distinto sin saber por qué. Sí, así de simple, porque “En otro país” es una cinta que debe ser meditada desde un esquema de pensamiento que germina con prosperidad en corrientes espirituales extrañas al pensamiento occidental. (A ver cómo salimos de ésta…). Mejor todavía, vamos a dejarnos de analíticas y galimatías, si nos liberamos de prejuicios, frenos culturales y verdades absolutas, “probablemente” disfrutemos de lo imprevisto en el enunciado. Lo que sí es seguro es que pasaremos un buen rato mientras vemos a la estreñida Isabelle Huppert enredarse en un paisaje ocupado por estrafalarios personajes.
El director coreano Hong Sang-soo deconstruye el texto a base de sutiles intercambios entre los elementos de significación, oponiéndose a la estructuralidad lineal con la que entra mejor la papilla. Negándose a la evidencia, apartándonos de sendas en exceso transitadas, nos señala la entrada a un santuario sin muros, despejado de certezas, estimulando la aprehensión de la trama por asociación. Con los haberes que otorga la incursión de un forastero occidental en el confín más localista del lejano oriente, Sang-soo continúa repensando el cine reduciendo la dificultad de la operación a la ecuación más sencilla.
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