“Cabe preguntarse si Iñárritu no estará utilizando estos alardes técnicos para esconder algunas carencias”
“El renacido” (“The revenant”)
Alejandro González Iñárritu, 2015
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
Parece claro que, tras sus dos últimas películas, Alejandro González Iñárritu está ya claramente instalado en esa categoría de directores (como David O. Russell o Tom Hooper) que podríamos denominar “oscarizables” con prácticamente todo lo que hagan. Lo llamativo es que el realizador mexicano ha llegado a este punto después de una evolución en su carrera que le ha hecho pasar de las historias corales, sucias y moralistas de sus primeros trabajos a un tipo de películas que tienen en la cuestión técnica su principal cimiento.
Si en “Birdman” (2014) lo más llamativo era que todo el film se sostenía en un (convenientemente manipulado) único plano secuencia de dos horas, el principal reto en “El renacido” (“The Revenant”, 2015) ha sido luchar contra las inclemencias de un paisaje extremo (las zonas más recónditas de Canadá y los bosques del sur de Argentina) prescindiendo en la medida de lo posible de la luz artificial para iluminar la película y también de la tan manida pantalla verde para recrear los efectos digitales. El resultado, como no podría ser otra manera, es apabullante en lo visual –otro gran trabajo de Emmanuel Lubezki– y consigue que el espectador sienta en sus carnes el frío, la humedad y el hambre.
Sin embargo, cabe preguntarse si Iñárritu no estará utilizando estos alardes técnicos para esconder algunas carencias. En este caso, quizá el pecado resida en intentar estirar hasta la saciedad la precaria situación del protagonista, que vive una serie de vicisitudes que acaban sustituyendo la empatía inicial por la incredulidad y, finalmente, por un cierto hastío que acaba resquebrajando el resultado final. No en vano, el guión de Iñárritu y Mark L. Smith desvirtúa sobremanera la historia original de Michael Punke, añadiendo elementos inventados a la epopeya real de Hugh Glass para incorporar al relato épico de supervivencia un componente de venganza que acaba fagocitando toda la película.
Y es que, pese al loable intento de crear un clima incómodo de rodaje en condiciones complicadas para transmitir ese realismo, y pese a que el filme consigue hipnotizar con una fotografía subyugante de espacios abiertos y naturaleza salvaje en estado puro (además de un par de escenas –la primera incursión de los nativos en el campamento, el ataque del oso– brillantísimas en lo técnico y visual), lo cierto es que acaba por convertirse en una repetitiva sucesión de situaciones que ahondan en el maltrato del personaje principal. Un Hugh Glass mucho más oscuro que en la historia real, y al que encarna Leonardo DiCaprio dejando de lado, por una vez, una interpretación basada en el gesto y la palabra para construirla a través de lo físico. Con todo, uno tiene la sensación de que “El renacido” acaba siendo un vehículo para el lucimiento de su protagonista (prescindiendo demasiado, por ejemplo, del personaje mucho más interesante de Tom Hardy), con el único objetivo de que este consiga, de una vez por todas, la preciada estatuilla. Si las quinielas no fallan esta vez, todo parece indicar que DiCaprio se llevará el gato al agua, por mucho que en otras ocasiones nos haya regalado interpretaciones mucho mejores.
–