«La discreta estructura argumental torna en extraordinaria composición fílmica cuando tenemos tras la cámara a los dos maestros belgas. Porque son únicos en documentar realidades de orillas tan marginales sin caer en la autocomplacencia»
El niño de la bicicleta
(«Le Gamin au vélo», Jean-Pierre Dardenne & Luc Dardenne, 2011)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
Uno de los estilemas o signos de autoría más reconocibles que podemos encontrar en el horizonte cinematográfico contemporáneo es aquel que se perpetúa en la filmografía de los hermanos Dardenne. El itinerario que nos ofrece su cine presenta un tránsito continuista por territorios explorados anteriormente por el neorrealismo italiano y el Free Cinema en la preocupación por localizar y denunciar la orfandad y desamparo del hombre en sociedad.
A pesar de sentir cierta querencia por mostrar la fragmentación del núcleo familiar o, mejor dicho, de los lazos afectivos rotos, los Dardenne persiguen con mayor devoción la ausencia de amor en todas sus formas, privación o síntoma fatal derivado del agudizado individualismo en el que estamos inmersos.
«El niño de la bicicleta» no viene a contarnos menos. El estado de la cuestión es bien sencillo. Abandonado por el rechazo paterno, Cyril (formidablemente interpretado por Thomas Doret) lucha contra su sino superando amargos infortunios en lo que se convierte en un dramático y vertiginoso “descenso” de la infancia a la madurez plagado de rápidos escollos que logra salvar gracias al alma caritativa de Samantha (una fabulosa Cécile de France), altruista figura que emerge sobre la indiferencia.
La discreta estructura argumental torna en extraordinaria composición fílmica cuando tenemos tras la cámara a los dos maestros belgas. Porque son únicos en documentar realidades de orillas tan marginales sin caer en la autocomplacencia; y así diseñan sus personajes, siempre sinceros y palpables para con el espectador, logrando transmitir emociones sin que el mensaje se despeñe por vacuos sentimentalismos. Esto se consigue gracias a una confección visual marca de la casa. La aprehensión de esa cruda realidad se obtiene mediante un respetuoso intervencionismo en el relato de unos hechos que parecen sucederse a tiempo real, con un tratamiento tangencial del sufrimiento que huye de los juicios y la condena moral de los personajes, esquivando el estereotipo para presentarnos al ser humano tal como es, con sus miserias y virtudes, ambiguo y complejo, a ratos adorable y en momentos despreciable.
En «El niño de la bicicleta» el peligro acecha a la vuelta de la esquina. Los plazos para despojarse de la niñez se acortan. Cyril vive en permanente frenesí, desafiando la adversidad con vitalidad y testarudez (rasgo optimista del cine de los Dardenne, la no aceptación del destino). El sonido directo, la cámara al hombro, el vídeo digital, la luz natural, se convierten en elecciones formales que ayudan a capturar lo volátil del instante para poder penetrar en la realidad sin artificios y atrapar lo imprevisible, chocar con el accidente cuando llegamos al plano siguiente al mismo tiempo que los personajes.
Al desenfreno y la pasión le suceden, a modo de contrapunto, momentos de sosiego especialmente memorables; citamos situaciones como el indulgente “momento Renoir” del almuerzo junto al río en el que respiramos de nuevo la frescura de los diálogos, la naturalidad de los gestos… instantes que elevan la magnificencia de la improvisación, cuya dote escasamente podemos disfrutar hoy en día en el cine de ficción.
Tal vez podamos reprochar a los Dardenne una quizá excesiva enfatización en la estructura dramática del guión, una montaña rusa sobradamente subrayada. Sin embargo, el estilo sobrio y austero nos asiste en la superación del clímax (comedida y breve incorporación de banda sonora), aunque se nos haga tan obvio el encuentro con el siguiente punto de cambio.
Dejando de lado estas infames regañinas, no nos extrañemos cuando Cannes, el padre de todos los festivales, recibe a sus hijos pródigos con los brazos abiertos premiando prácticamente cada uno de sus filmes. Podemos tener la certeza de que, a pesar de no estar a la altura de sus anteriores películas, los hermanos Dardenne surfean todavía por la estela plateada del mejor cine.
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