“Un cóctel de manual en el que al menos hay que reconocerle al director agallas para abordar la forma más extrema del melodrama, pero en el que acaban pesando demasiado los lugares comunes”
“El maestro del agua” (“The water diviner”)
Russell Crowe (2014)
Texto: JORDI REVERT.
La batalla de Gallipoli quedó grabada a fuego en la memoria cinéfila gracias al siempre excelente hacer de Peter Weir: un cineasta capaz de imprimir una fuerte personalidad a sus imágenes y penetrar en la psicología de sus personajes atenazados por el escenario y sus circunstancias. “Gallipoli” (1981) concentraba una fuerza insólita en la imagen de Mel Gibson corriendo las trincheras de la I Guerra Mundial, pero quizá fuera demasiado pedir a Russell Crowe alcanzar una identidad con semejante contundencia en su primer largometraje como director.
Lo cierto es que a “El maestro del agua” no le faltan ideas, y visualmente está salpicada de momentos con un potencial que nunca llega a explotar. Las imágenes de Crowe adentrándose a caballo en el paisaje australiano tras los trágicos primeros minutos bien podrían apuntar a la densidad metafísica de “La propuesta” (“The proposition”, John Hillcoat, 2005). Sin embargo, no hay tiempo para absorberlas y el montaje se precipita en sucesivos cortes de la escena que destruyen la posible lírica. Ese es, en esencia, el problema que lacra una película cargada de buenas intenciones, pero que muere en la propia esterilidad de sus planos. Su director parece situarse más cerca de la epopeya grandilocuente de “Leyendas de pasión” (“Legends of the fall”, Edward Zwick, 1994) que del pulso épico de Weir: una tierra extraña, un amor previsible y una familia arrebatada por la guerra. Un cóctel de manual en el que al menos hay que reconocerle al director agallas para abordar la forma más extrema del melodrama, pero en el que acaban pesando demasiado los lugares comunes. Y en esa recurrencia al drama exótico de postal, queda ahogada cualquier metáfora entre la esperanza invencible de un padre por encontrar con vida a su hijo perdido y la persistencia del buscador de agua en medio del desierto.
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Anterior crítica de cine: “La sombra del actor”, de Barry Levinson