“Eastwood es capaz de conciliar todas esas vertientes en un todo de imperturbable armonía, pero incapaz de proclamarse en ninguna con suficiente contundencia”
“El francotirador” (“American Sniper”)
Clint Eastwood (2014)
Texto: JORDI REVERT.
Las imágenes nos persiguen, nos acosan, nos agotan. En una de las mejores escenas de “El francotirador”, Chris Kyle (Bradley Cooper) queda absorto y en silencio frente a la pantalla apagada del televisor. Allí, en esa oscuridad, se proyecta la acumulación de muerte y la destrucción que se ha repetido decenas, cientos de veces ante la mira del francotirador. Ese instante es la coherente síntesis a la que lleva un proceso de erosión, transformación de la mirada que comienza cuando apunta a un niño iraquí que se dispone a atentar con explosivos, y que se confirma cuando el gesto ya nada tiene de excepcional y sí mucho de rutina. En esa cotidianidad en la que lo atroz ha pasado a ser el tejido constituyente de la realidad, Clint Eastwood consagra sus mejores virtudes como cineasta a la reflexión del peso de la imagen.
Lástima que esta no tarde en comprometer su sentido. Pasada la primera media hora de la cinta, el director ya ha prescindido de toda problemática moral para dar paso a ese automatismo que incide en la dimensión psicológica de su protagonista –un lineal Cooper–, pero también en la posición política del conjunto. En la persistente aparición de madres, hijos y padres de familia locales dispuestos a inmolarse o empuñar las armas existe un prisma ideológico que fricciona con los ademanes antibélicos. En la visita a un psicólogo de Kyle para expresar su ansiedad por hacer más, por servir más a su país, hay una declaración de Eastwood que seguramente se alinea con la exaltación póstuma del final. Y así, su película titubea entre el cuestionamiento de la intervención militar y su justificación, entre las encrucijadas morales y el hábito de la muerte, entre la vida sin norte y la vindicación de la familia, entre el patriotismo y la adicción a la guerra. El problema es que Eastwood es capaz de conciliar todas esas vertientes en un todo de imperturbable armonía, pero incapaz de proclamarse en ninguna de ellas con suficiente contundencia.
Los últimos minutos de “En tierra hostil” (The Hurt Locker, Kathryn Bigelow, 2008) hacían más por el cine de convicciones republicanas que las más de dos horas del film que nos ocupa. Los cinco primeros de “Robocop” (José Padilha, 2013) dibujaban un mapa más concreto y salvaje de la invasión estadounidense que el que aquí se nos presenta. En sus distintas distancias, “El francotirador” se mueve con soltura en esa indeterminación que acaba socavando la lectura traumática de la guerra. Una lectura que, dicho sea de paso, acaba por morir en el enaltecimiento del héroe. Es entonces cuando todo conflicto queda redimido por la bandera y toda necesidad de una reflexión sobre el horror contemplado queda delegada a una corrección formalista susceptible de Oscar.
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Anterior crítica de cine: “La señal”, de William Eubank