Cine: «El año más violento», de J.C. Chandor

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“Sus dos horas de metraje destilan clarividencia y una elegante serenidad, lo que no impide que toda la película esté impregnada de una inminente sensación de violencia”

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«El año más violento» («A most violent year»)
J. C. Chandor (2014)

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), sentado en un taburete, asiste al espectáculo de una llamarada que se eleva hasta el cielo. Su pozo de petróleo ha estallado, un hombre ha muerto y, en medio del caos, el fuego es el único modo de controlar el irreprimible flujo. Muchas décadas después, en el invierno neoyorquino de 1981, Abel Morales (Oscar Isaac) toma un pañuelo y lo utiliza para tapar el agujero de un depósito del que mana combustible junto a sangre derramada.

Entre las dos imágenes puede mediar más de medio siglo de diferencia, pero la lógica no es tan distinta. El ascenso capitalista se cobra víctimas, el fuego y la sangre marcan el precio y transforman la ética del empresario un paso más allá. La mayor disimilitud no reside de hecho en el contexto histórico, sino en la configuración de sus respectivos protagonistas: el Daniel Plainview de “Pozos de ambición” (There will be blood, Paul Thomas Anderson, 2007) renuncia pronto a sus vínculos humanos, adquiere pronta consciencia de que prescindir de los escrúpulos acelerará su camino hacia el monopolio y el deseado aislamiento; el Abel Morales de “El año más violento”, por el contrario, se resiste a renunciar a unos principios éticos en su competencia por el mercado del combustible, pese a que todo su entorno le empuja en esa dirección.

He ahí una de las grandes virtudes –probablemente, la principal− que hace de “El año más violento” uno de los mejores títulos estrenados en 2015. La película de J.C. Chandor no se conforma con un retrato de los efectos perniciosos del capitalismo salvaje, sino que lleva más allá la intención para estudiar su intrínseca relación con la violencia y determinarlo como impulso que obliga al individuo a dejarse arrastrar por sus propias leyes. Se trata de un sendero altamente perverso, en el que no hay salida posible, ni siquiera en el refugio del núcleo familiar, en el que sus hijas pueden encontrar una pistola en el jardín o su esposa lo desafía insistentemente a tomar represalias y atajos hasta la cima. Se trata, también, de un tercer y lógico estadio en la evolución de la filmografía del director en torno a un mismo tema. “Margin Call” (2011) espectacularizaba el inicio de la crisis, ubicándolo en la noche del 15 de septiembre de 2008 en uno de los gigantes financieros. Sin embargo, aquella desatención aparente hacia el análisis estructural quedaba revocada en el discurso plenamente consciente que el personaje de Jeremy Irons ofrecía en su conclusión. “Cuando todo está perdido” (“All is lost”, 2013) ofrecía el contrapunto emocional, la angustia del atenazado por un paisaje de crisis sin fin, representado en un Robert Redford a la deriva en medio del océano. En su tercer largometraje, Chandor ofrece su ángulo más complejo y estimulante, aquel que tras el espectador y el superviviente, quiere poner el punto de vista en el agente dentro del sistema. Y es esa perspectiva la que permite una mejor comprensión de un orden que no deja lugar a comportamientos alternativos ni admite la honestidad como hoja de ruta para el avance.

“El año más violento” disfruta de ese discurso denso articulado desde la economía visual. Sus dos horas de metraje destilan clarividencia y una elegante serenidad, lo que no impide que toda la película esté impregnada de una inminente sensación de violencia –que, por otra parte, casi nunca llega a materializarse−. Todo, desde la intachable fotografía hasta los magníficos combates dialécticos entre Oscar Isaac y Jessica Chastain, está dispuesto coherentemente al servicio de una idea de la que, sin embargo, el conjunto no es subsidiario. Antes al contrario, las posibilidades de sus lecturas parecen multiplicarse a cada minuto, su belleza incómoda parece filtrarse allí donde el cine-tesis sobre el capitalismo no había llegado.

Anterior crítica de cine: “Puro vicio”, de Paul Thomas Anderson

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