«Dicta un mensaje que debiera ser inspirador, pero lo hace con una inanidad y un conformismo que mueren en el tedio y en lo excesivo de su metraje»
«Divergente»
(«Divergent», Neil Burger, 2014)
Texto: JORDI REVERT.
Tras el éxito arrollador de «Los juegos del hambre», era cuestión de tiempo que el fenómeno editorial de Suzanne Collins tuviera variantes sobre las que construir nuevas franquicias tanto para las librerías como para el cine. «Divergente» viene a ser esa hermana menor que desvela hasta qué punto las relaciones entre la literatura juvenil de masas y Hollywood han estrechado sus interesados lazos: la condición de best seller ya apenas se prevé en función del medio, sino como un todo en el que importa la adhesión sin muchos desvíos a una fórmula de eficacia ya probada.
La película de Neil Burger cumple sin rechistar las condiciones: se levanta con dependencia de la novela original de Veronica Roth, ofrece competencia técnica, da el protagonismo a emergentes estrellas juveniles y las respalda con otras veteranas –la presencia, casi anecdótica, de Kate Winslet y Ashley Judd–, y concluye con promesa de continuidad. Cumplidos esos parámetros que bastarán para buena parte de su público objetivo, la película está por lo demás exenta de toda capacidad de improvisación y personalidad propia. Su propuesta de disección social en virtudes humanas como base para una reflexión sobre la necesidad de divergir se diluye demasiado pronto sin margen para un discurso de calado. Las posibles tensiones de esa idea con el determinismo de la naturaleza humana o con la degeneración moral que desemboca en los fascismos son oportunidades perdidas que rápidamente quedan enterradas en una narrativa plana y apelmazada.
En ese sentido, «Divergente» no podría ser más descorazonadora: dicta un mensaje que debiera ser inspirador, pero lo hace con una inanidad y un conformismo que mueren en el tedio y en lo excesivo de su metraje. Shailene Woodley y Theo James tratan de insuflar algo de vida a personajes hechos con molde, pero sus esfuerzos son en balde en medio de un relato ya difunto desde su enfoque industrial, en el que ni siquiera cabe una secuencia de acción creativa o un atisbo de espontaneidad que haga creíble su llamada a la revolución.
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Anterior crítica de cine: “El viento se levanta”, de Hayao Miyazaki.