Cine: «Dallas Buyers Club», de Jean-Marc Vallée

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«Vertiginoso y violento. Como un gancho envenenado lanzado a la mandíbula del espectador, coge inercia el punto de vista en la primera secuencia»

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«Dallas Buyers Club»
(Jean-Marc Vallée, 2013)

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

Ángeles sin brillo sobre un giroscopio de feria. Cuantificador existencial del fin de una época. Un único testigo reporta el cambio. Su nombre es Rock Hudson, leyenda y mito humanizados (“The tarnished angels”, Douglas Sirk, 1957). Hudson todavía no lo sabe, pero también es vulnerable. Se deshace el ídolo en las manos del hombre, y la historia se rehace.

Vertiginoso y violento. Como un gancho envenenado lanzado a la mandíbula del espectador, coge inercia el punto de vista en la primera secuencia de “Dallas Buyers Club”. Con unas pocas imágenes basta. Década de los ochenta en el corazón de Texas. Replegado en toriles, a resguardo de la cegadora moralidad que se desarrolla bajo los focos del espectáculo, sorprendemos a Ron Woodroof (Matthew McConaughey) montándose su propio rodeo. A pelo, sin restricciones a los impulsos directos. Mientras tanto el público vibra con la función que tiene lugar en la plaza. Resuella el animal en acciones simultáneas. Llegamos al primerísimo primer plano de los ojos de McConaughey, exhaustos tras el coito, cercados de tumefactas venas, perdiéndose en la arena sobre la que yace el cuerpo inerte del vaquero. A ti te corresponde meterte en el pellejo, a través de un intenso montaje que exuda zozobra ante una enfermedad indomable. ¡Dios! ¡Es el puto SIDA tío! ¡Ha venido para prenderte! Y ya te puedes agarrar con todas tus fuerzas…

Los principios organizativos que proporciona el montaje ya se han concebido en la planificación inicial de “Dallas Buyers Club”. Así se extractan los significantes apuntados por unos pocos renglones de guion; sin alambiques, en receta corta y legible. Desde que Woodroof descubre que ha contraído el SIDA las secuencias se sucederán de manera sobresaliente durante todo el film, saltando en el tiempo por corte, construyendo la síntesis sin que afecte a la fluidez narrativa. Pero sobre todo, sin que se noten fisuras en la evolución de un personaje cuya confianza en sí mismo le ha empujado al desastre. De una homofobia iracunda, de la ignorancia más irracional, a la aceptación, la lucha y la victoria final de la única manera que se puede ganar. Porque no hay vacuna, porque la pandemia también es un negocio. Ya lo dice el mensajero del miedo, el hijoputa del doctor Sevard (Denis O’Hare): “Son representantes farmacéuticos, no doctores. Y nos guste o no, esto es un negocio”.

Con la crítica a la industria farmacéutica, un corrosivo humor negro y McConaughey –brillantemente secundado por Jared Leto y Jennifer Garner– desbancamos a “Philadelphia” (Jonathan Demme, 1993). Hemos tenido que esperar más de veinte años para dejar atrás aquel “emotivo drama”, pero ha merecido la pena, “Dallas Buyers Club” la supera; la mejor película sobre el SIDA hasta la fecha.

Anterior crítica de cine: “Joven y bonita”, de François Ozon.

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