“Una extraña obra de cámara que transcurre insistentemente entre laboratorios y ambientes claustrofóbicos que solo se rompen para saltar al escenario de una dimensión abstracta”
“Cuatro fantásticos” (“Fantastic four”)
Josh Trank, 2015
Texto: JORDI REVERT.
En el cada vez más profuso universo de las adaptaciones de cómics de superhéroes, cualquier nueva propuesta parece destinada a alinearse con uno de los grandes polos establecidos: el Marvel Cinematic Universe, lúdico y desenfadado, camino de una estandarización; y el carácter severo, con visos trascendentes de las adaptaciones sobre títulos de DC, en plena progresión hacia una ampliación similar a la ejecutada por su gran rival. Todo lo que no se ajuste a esas dos tendencias parece, hoy, condenado a quedarse en un limbo indefinido al margen de esa guerra de sensibilidades mercadotécnicas.
“Cuatro fantásticos” es el ejemplo más marcado de producto al margen de las dos vías, rara avis, muchos años después, de las apreturas económicas que obligaron a Marvel a vender los derechos de explotación cinematográfica de varios de sus personajes más emblemáticos. En este caso, Fox ha permitido a Josh Trank –para disgusto de Marvel e indiferencia de muchos fans de la familia fantástica− llevar a cabo una película de superhéroes que renuncia obcecadamente a articular no solo los lugares comunes de otras adaptaciones, sino incluso la propia mitología en la que se apoya. Y esto no es, necesariamente, negativo. Trank, que dio su golpe en la mesa con ese “Akira” (Katsuhiro Ōtomo, 1986) de carne y hueso para la generación “Jackass” que era “Chronicle” (Trank, 2012), ha optado por reconstruir el mito fantástico desde una perspectiva nerd, partiendo desde una infancia spielbergiana, para luego intentar bordar un tejido de relaciones entre personajes inadaptados encontrando su sitio en el campo de pruebas del descubrimiento científico. “Cuatro fantásticos” es, desde esa visión particular, una extraña obra de cámara que transcurre insistentemente entre laboratorios y ambientes claustrofóbicos que solo se rompen para saltar al escenario de una dimensión abstracta. La combinación de ambos factores es igual a una hija repudiada del universo marvelita que no encaja en ningún patrón oficial, y que en su primera mitad se revela como estimulante pieza de ensayo para reiniciar todas las asociaciones vinculadas a sus iconos.
La película de Josh Trank, sin embargo, muere en su intento. Sus imágenes desembocan progresivamente en el apelmazamiento y su poder de fascinación se va diluyendo en su reducción de ideas. Sus largamente postergadas escenas de acción acaban revelándose torpes y sin inventiva, muy lejos del vibrante Apocalipsis en directo con el que concluía “Chronicle”, y hasta el punto de desaprovechar el paisaje abstracto de la dimensión alternativa. Pero su verdadero fracaso reside en sus protagonistas: pilares de la construcción de un nuevo inicio, tanto los cuatro titulares como su antagonista Victor von Doom se ven poco a poco despojados de la humanidad que desprenden las primeras secuencias para convertirse en meros avatares que imposibilitan cualquier progresión emocional y, por ende, cualquier continuidad en forma de saga.
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Anterior crítica de cine: “Amar, beber y cantar”, de Alain Resnais.