“Por mucho que el protagonismo nominal recaiga en Michael B. Jordan y en su tortuoso camino de bastardo a héroe, el filme es sin lugar a dudas un vehículo de lucimiento crepuscular para Stallone, en el que Rocky se ve envuelto en un viaje al pasado en el que quedan heridas por cerrar al mismo tiempo que libra lo que ranciamente se suele denominar ‘el combate más difícil de su vida’”
“Creed. La leyenda de Rocky” (“Creed”)
Ryan Coogler, 2015
Texto: HÉCTOR GÓMEZ.
La historia es tan conocida que no merece la pena detenerse demasiado en recordarla. En 1976, un desconocido actor de tercera fila llamado Sylvester Stallone escribe un guion sobre un desconocido boxeador de tercera fila llamado Rocky Balboa, y acaba convirtiéndose en una película que bate records en taquilla y le birla el Oscar a obras maestras como “Taxi driver” o “Network”. Desde entonces, actor y personaje se confunden (entre medias aparece John Rambo para aligerar la simbiosis), y ambos experimentan trayectorias paralelas. Como Rocky, la figura de Stallone palideció después de los dorados 80, después de alargar la saga hasta límites insospechados en secuelas de interés descendente.
Pero por suerte para ambos llegó el siglo XXI, y el boom de los refritos, los reboots, las secuelas, las precuelas y el pastiche en general, disfrazado bajo la etiqueta benevolente de nostalgia o, peor aún, de posmodernidad. Y es que, si uno se detiene en analizar el cine mainstream más importante de los últimos años, las ideas originales pueden contarse con los dedos de una mano. Así, cuando ya nadie se acordaba del bueno de Balboa, Stallone lo sube de nuevo al ring en “Rocky Balboa” (Stallone, 2006), en lo que debía ser la despedida a lo grande del semental italiano de los cuadriláteros y de los espectadores. Pero Rocky, como los toreros, no sabe retirarse. Y si sabe, no le dejan. Y si no, que se lo pregunten a Ryan Coogler, director afroamericano admirador de la saga Rocky y enamorado del personaje de Apollo Creed. Él solito intentó convencer a Stallone de volver a enfundarse el borsalino y reabrir Adrien’s. El recuerdo de su hijo Sage (prematuramente fallecido en 2012) y la posibilidad de volver a la picota hicieron el resto.
Y es que no hay nada en el (algo desproporcionado) metraje de “Creed. La leyenda de Rocky” (“Creed”, Ryan Coogler, 2015) que no huela a nostalgia. Por mucho que el protagonismo nominal recaiga en Michael B. Jordan y en su tortuoso camino de bastardo a héroe, el filme es sin lugar a dudas un vehículo de lucimiento crepuscular para Stallone, en el que Rocky se ve envuelto en un viaje al pasado en el que quedan heridas por cerrar al mismo tiempo que libra lo que ranciamente se suele denominar «el combate más difícil de su vida». En esta película Stallone tiene la misma edad -rozando los 70 – que tenía Burgess Meredith la primera vez que aceptó el rol de Mickey, el veterano entrenador de “Rocky” (John G. Avildsen, 1976), por lo que se cierra así una especie de círculo que sirve para pasar el testigo (de una vez por todas) a las nuevas generaciones.
Pero si Rocky se convirtió en mito del cine por un guion y una historia que destacaban por su sencillez y su honestidad, en “Creed” todo tiene aspecto de fórmula, de lugares comunes cientos de veces recorridos. La superación personal, el reconocimiento del público, el amor de una mujer, la amistad, la relación paterno-filial, son todos recursos que no faltan en casi cualquier historia sobre el boxeo, y en esta película aparecen exacerbados hasta configurar un producto enormemente previsible, acomodado y olvidable. La única duda está en saber si este será el canto de cisne definitivo de la saga, o al menos de un personaje al que después de este despliegue de nostalgia poco le queda por ofrecer. De momento, Stallone no cierra la puerta a seguir dando vida a Rocky en alguna secuela más. Y es que en estos tiempos, como entre las cuerdas de un ring, todo es posible.
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