«Pequeña gran película, premiada en el 2009 en el honesto festival internacional de cine Mar del Plata, certamen que en las últimas ediciones reafirma con su selección el buen estado del cine latinoamericano»
«Cinco días sin Nora»
(Mariana Chenillo, 2008)
Texto: CÉSAR USTARROZ.
Los fenómenos globalizadores con frecuencia tienden a reestructurar los endemismos religioso-culturales bajo la tutela de patrones monoteístas. En un mundo de identidades hibridadas y comunidades mestizas, nos enfrentamos a la contaminación del patrimonio cultural por la acumulación de sedimentos dogmáticos de impacto colonizador. El enredo llega a yuxtaponerse en pliegos caprichosamente surrealistas en el caso concreto del inabarcable y desordenado depósito intercultural mexicano, insólito oasis que se resiste a las erosivas arenas de la globalización con la preservación de sus ritos funerarios prehispánicos. México sigue fascinando por imaginar toda invasión religiosa desde la exégesis precolombina, desde una tradición que todavía supura onirismo milenario con sabor a mezcal. ¡Bendita la anomia mexicana!
Sobre esta interpretación pivota «Cinco días sin Nora», película que atomiza con la puesta en imágenes de una sencilla y reconciliadora microhistoria familiar el pensamiento del antropólogo argentino Néstor García Canclini (del que fieramente recomendamos «Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad», 1990). La ópera prima de Mariana Chenillo calca la inmaterial realidad del país norteamericano ridiculizando la absurda solemnidad de las creencias religiosas desde un tono circunspecto y un humor oscuro como el culo de un topo negro.
El malogrado matrimonio judío integrado por José Kurtz (Fernando Luján) y Nora Kurtz (Silvia Mariscal) desencadena el esperpento cuando ésta última se quita la vida voluntariamente en un acto de suicidio calculado. Así abre la cinta; no es que queramos fastidiar la fiesta de los muertos, pero la meritoria pirotecnia discursiva viene a continuación, con la indiferencia del viudo ante lo que considera un ególatra y hedonista ejercicio de despedida, conducta que reafirma la difícil separación dilatada durante décadas.
El pisito de Nora pronto se convierte en espacio teatral en el que se darán una serie de situaciones ilógicas y extravagantes desatadas por el rabino Jacowitz (Max Kerlow), agente transmisor que comunica la sagradas disposiciones de la Torá a José. Estas ordenanzas comienzan por desplegar un batallón de reglas que constituyen la principal fuente de conflicto al chocar contra la negativa de José de acatarlas. Mientras se discute sobre cómo enterrar a la recién fallecida Catrina, las crecientes tensiones generarán una concatenación de oposiciones interculturales que salen a relucir con el desarme del carácter simbólico de cada una de las religiones autoinvitadas al sepelio.
El atrezzo adquiere un grado de significado superlativo en el tránsito a la muerte en «Cinco días sin Nora». Así lo ha sabido entender Mariana Chenillo, otorgando a los objetos el valor exigido para potenciar su incidencia dramática y narrativa en el desarrollo de las secuencias. Tal es el caso de la pizza de jamón, tocino y chorizo doble con la que José convida al lugarteniente del rabino, Moisés (Enrique Arreola); el ataúd con el que juegan las niñas de forma insistente; la fotografía encontrada accidentalmente por José o los binoculares que permiten configurar los puntos de giro en el guion. Qué duda cabe que todo recurso cinematográfico aplicado con sentido no sólo multiplica la riqueza del texto fílmico, también instiga a la participación del espectador, le fuerza a pensar cultivando el estilo indirecto, estableciendo relaciones dramáticas entre diferentes secuencias y atando nudos desde la anticipación al cumplimiento.
Ahora más que nunca podemos echar mano del convencionalismo: se trata en suma de una pequeña gran película, premiada en el 2009 en el honesto festival internacional de cine Mar del Plata, certamen que en las últimas ediciones reafirma con su selección el buen estado del cine latinoamericano; opinión de lo más oportunista, pues queda refrendada en la más reciente edición de Cannes.
La demora del estreno de «Cinco horas sin Nora» no ha hecho mella en la dimensión humana de una de las mejores películas mexicanas de los últimos años. Sin duda recomendable para tomar aire entre partido y partido.
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Anterior entrega de cine: “Las chicas de la sexta planta”, de Philippe Le Guay.