«Lleva a cabo sobre el episodio real un ejercicio de estilo en el que la sobriedad y la espectacularidad son parte del genoma de la imagen»
Capitán Phillips
(«Captain Phillips», Paul Greengrass, 2013)
Texto: JORDI REVET.
En 1985, el crucero Achille Lauro era secuestrado por el Frente de Liberación Palestina cerca de la costa egipcia. Entre los pasajeros a bordo, se encontraba un hombre de negocios judío llamado Leon Klinghoffer, ya retirado y postrado en una silla de ruedas. En el curso del secuestro, Klinghoffer sería asesinado por los secuestradores y arrojado por la borda. Unos años más tarde, en 1991, se estrenaba en Bruselas «The death of Klinghoffer», ópera compuesta por John Adams que reconstruía el episodio a partir de un libreto de Alice Goodman. La obra, una de las más celebradas de su autor, apuntalaba una tendencia comúnmente atribuida a Adams: la «CNN ópera», esto es, un modelo de ópera que toma como referencia acontecimientos relevantes en la historia reciente, la noticia revisada para construir una catedral musical y épica.
Desde su reconstrucción de los hechos a bordo del avión ignoto del 11-S en «United 93» (2006) a la lectura ficcional y poco comprometida de la guerra de Irak en «Green zone: Distrito protegido» (2010), pasando por la acción memorable de «El mito de Bourne» (2004) y «El ultimátum de Bourne» (2007), el director Paul Greengrass ha sido a menudo tomado como ese cineasta con un concepto hiperrealista del relato, con la necesidad de legitimar sus imágenes vía la aproximación a la respetable caligrafía de la no ficción. En «Capitán Phillips» demuestra que, más que un director comprometido con esa hiperrealidad, es un autor obsesionado con la verosimilitud proyectada sobre el plano en bruto –o su simulacro– y alineado con la reconstrucción dramática propia de la «CNN ópera». A partir del libro «A captain’s duty», escrito por el propio Richard Phillips, capitán del carguero MV Maersk Alabama, secuestrado en las aguas del Índico en 2009, el cineasta lleva a cabo sobre el episodio real un ejercicio de estilo en el que la sobriedad y la espectacularidad son parte del genoma de la imagen, cualidades que guardan el principal núcleo de cohesión en su filmografía.
A diferencia de en los títulos mencionados, «Capitán Phillips» muestra un empecinamiento menor por guardar la distancia con la historia y sus personajes. Los resultados de esa relajación gramatical son divergentes e interesantes: a través del rostro siempre templado de Tom Hanks, se construye una casi atonal tesis sobre un heroísmo basado en la solidaridad y la empatía, mientras que quedan desdibujadas en la exaltación continua las figuras desesperadas de los piratas somalíes; y se expresa, en apenas dos diálogos, una contenida voz crítica que pone en relación los efectos dramáticos de la crisis en el primer mundo con la imposibilidad de escapar a la pobreza, la delincuencia y la muerte en el tercero. Podría aducirse, y no sin razón, que Greengrass incurre en cierta inflamación narrativa –la película sobrepasa las dos horas de metraje–, pero también que es en la reiteración de situaciones de tensión insostenible que el director consigue los beneficios de la erosión y el agotamiento psicológico, finalmente descargados en un estallido de dolor y alivio.
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