“Es posible rastrear algo del espíritu de James Cagney en las explosiones controladas de Depp o en sus contrapuntos cariñosos, pero el personaje se constituye por sí mismo no solo como uno de los mejores de su carrera, sino también en uno de los más inaccesibles de la tradición cinematográfica criminal”
“Black mass: Pacto criminal” (“Black mass”)
Scott Cooper, 2015
Texto: JORDI REVERT.
Entre los escasos márgenes de diversificación que ofrece la burtonizada y anquilosada galería de interpretaciones de Johnny Depp, fue una película tan aparentemente menor y sin embargo tan hermosa como “Donnie Brasco” (Mike Newell, 1997) la que descubriría una de las vertientes más honestas del actor. Allí Depp era un agente infiltrado del F.B.I. lenta y progresivamente fascinado por la triste figura del gánster venido a menos Benjamin ‘Lefty’ Ruggiero, encarnado por un Al Pacino gloriosamente crepuscular. Mientras Pacino era el recipiente de la profunda melancolía que impregnaba la cinta, Depp era un espectador lentamente transformado y seducido tanto el crimen como por la sincera amistad, el protagonista de un viaje amargo al lado más emocional del género.
Casi dos décadas después, “Black mass: Pacto criminal” vuelve a rescatar al actor de enésimas variantes sobre arquetipos burtonianos para espetar su versión más árida. El James ‘Whitley’ Burger que propone Scott Cooper se sitúa en las antípodas sentimentales de Donnie Brasco y en un vértice distinto que el John Dillinger de “Enemigos públicos” (Public Enemies, Michael Mann, 2009). Sin embargo, su carácter de capo agreste, al tiempo que afable con las ancianas de su vecindario, conecta perfectamente con el signo de una historia consagrada a la estrecha relación entre el poder, la corrupción y la violencia. Newell filma la Nueva York de los 70 como un sueño que se desvanece para dejar paso a una realidad insoportable, desbordada de violencia. Cooper, por su parte, entiende que el Boston de los 80 ya ha asumido ese escenario como endémico, y que en él habitan confortablemente personajes como el propio Bulger, su hermano el senador Billy Bulger (Benedict Cumberbatch) o su amigo el agente del F.B.I. John Connolly (Joel Edgerton), desenvolviéndose en condiciones hechas a su medida. En ese sentido, es una −agradable− sorpresa que la película prescinda de inflamaciones dramáticas ensimismadas en su protagonista e insista en evidenciar con insistencia los vínculos creados entre gobierno, F.B.I. y crimen organizado como base para una tesis que apunta a la corrupción de la realidad ya desde sus mismos cimientos.
“Black mass: Pacto criminal” no es, por tanto, una obra cómoda, sino un reflejo desnudo y áspero de nuestro tiempo, aun si su acción se sitúa tres décadas antes. No hay en ella rastro de grandeza ni gánsteres redimensionados por una canción, sino estragos y crueldad antes y después del silencio. Es posible rastrear algo del espíritu de James Cagney en las explosiones controladas de Depp o en sus contrapuntos cariñosos, pero el personaje se constituye por sí mismo no solo como uno de los mejores de su carrera, sino también en uno de los más inaccesibles de la tradición cinematográfica criminal. Junto a él, unos magnéticos Cumberbatch y Edgerton forman un prodigioso y pérfido triunvirato que, sin clímax ni grandes finales, está ahí para recordarnos la vigencia de las grietas morales de nuestro presente.
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Anterior crítica de cine: “Sleeping with other people”, de Lesley Headland.