«Hay lugar para el asombro frente a la filigrana y no lo hay para los tiempos muertos»
«Big hero 6»
(Don Hall y Chris Williams, 2014)
Texto: JORDI REVERT.
Ya lejos queda la poco afortunada transición de la animación 2D a las 3D de Disney en la década pasada. Películas como «Hermano oso» («Brother Bear,» Aaron Blaise y Robert Walker, 2003) o «Descubriendo a los Robinson» («Meet the Robinsons», Stephen J. Anderson, 2007) dibujaban un futuro en la arena animada nada optimista para la compañía. Algún tiempo después, la gigantesca major vuelve a demostrar que su capacidad para reinventarse no tiene fin y ha propuesto obras estimulantes que reconjugan sus formas clásicas ̶ las muy estimables «Tiana y el sapo» («The princess and the frog», Ron Clements y John Musker, 2009), «Enredados» («Tangled», Natahan Greno y Byron Howard, 2010) y «Frozen: El reino de hielo» («Frozen», Chris Buck y Jennifer Lee, 2013) ̶ o que salen al mundo exterior de la cultura pop sin ataduras– la menos lograda pero desprejuiciada «¡Rompe Ralph!» («Wreck-It Ralph!», Rich Moore, 2012)–.
«Big hero 6» pertenece a este último grupo, en el que la referencia absorbida y el espacio de intersección son la base para un anfetamínico parque de atracciones. La maniobra tiene la complicidad de Marvel en su recién afirmada alianza: los cómics creados por Steven T. Seagle y Duncan Rouleau sirven como excusa para un largometraje que se lanza a una experimentación visual que hasta hace unos años solo parecía posible en Pixar. La expresividad reducida a líneas en Baymax, afable esbozo de Bibendum, contrasta con el fastuoso espectáculo de acción bordado en «set pieces» cuya inventiva no parece tocar techo ̶ véase su desbordante final–. Curiosamente, la obra de Don Hall y Chris Williams no deja de ser radicalmente Disney en su esencia: los traumas familiares, la presencia de la muerte y la loa a la amistad se integran perfectamente en una historia cuya carcasa se debe a una ramificación orientalizada del Universo Marvel. Así, el resultado es apasionante y heterogéneo: hay lugar para el asombro frente a la filigrana y no lo hay para los tiempos muertos, hay cabida para la reflexión consciente en torno al uso moral del progreso tecnológico y también momentos de locura meramente epidérmica. Pero lo más llamativo es que en todas esas facetas la película mantiene una extraña y cristalina coherencia, la de un juguete emocional y autoconsciente que vuelca todo su carisma en amar sus referentes por la vía de la reformulación.
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